De tal palo, alguna que otra astilla. La familia.
Aunque se trata de un pensamiento que mantenemos guardado en el cajón de los secretos, hay que reconocer que, a veces, nos gustaría desaparecer de la familia, sólo por unos días. La familia pregunta, pide, exige, atosiga, cansa, agota, nos hace sufrir. En efecto. ¿Pero no es más cierto que también es nuestro pilar fundamental, nuestro mayor apoyo, una fuente de alegrías y de valores, así como un surtidor de soluciones a nuestros problemas? Siempre hay alguien de la familia dispuesto a echarte una mano.
Algunos se empeñan en denostar esta institución, en presentarla como pasada de moda. Nada más lejos de la realidad, la familia no entiende de modas, nunca caerá en desuso. En todo caso, hay quien hará de ella un mal uso, eso sí.
Ahora bien, no todas las familias son iguales. Concretamente, no todos los modelos familiares dan los mismos frutos. Tampoco las causas ni las circunstancias que originan la eclosión de una u otra son las mismas. Las consecuencias (para bien y para mal) son sufridas, a posteriori, por toda la sociedad. Es por ello que cuando ahondamos en los nexos familiares de un sujeto al azar, encontramos motivaciones y fundamentos útiles para predecir comportamientos derivados directamente del entorno familiar. Sin obviar que siempre hay excepciones que confirman la regla.
Así, en determinadas familias, el criterio predominante es la amistad. Destacan las relaciones sociales del hijo y su grupo de referencia por encima de cualquier cosa, incluida la propia familia. La educación se practica de manera horizontal y se da escaso valor a la escuela como institución. Las conoceremos como “familias suaves”.
Para algunos grupos, la vida familiar es indispensable. Planean actividades en las que participen todos sus miembros, disfrutan de su mutua compañía y atienden al desarrollo global de los hijos (académico, moral, personal). El clima suele ser distendido y comunicativo. Denominadas “familias cooperantes”, empiezan a estar en auge de nuevo con la formación de familias cuyos progenitores están profundamente comprometidos con la labor educativa.
Un peldaño más arriba, aparecen en escena las “familias abiertas” donde el epicentro de la gestión familiar se encuentra en el alto nivel de comunicación. Opinan padres e hijos, se toman algunas decisiones en consenso y se promociona la autonomía como componente destinado a obtener beneficios comunes.
Por desgracia, abundan las “familias conflictivas” en las que las relaciones están sumamente deterioradas y carecen de apego. Se producen constantes conductas desafiantes llegando a sobrepasar el límite de lo agresivo en casos extremos.
Tómate un tiempo para reflexionar sobre TU familia. Piensa en lo que quieres mejorar y en lo que vas a luchar por mantener porque sabes que realmente funciona. Procura no cometer los mismos errores, y definid las líneas educativas que pretendéis seguir con los niños de la familia. Esas nuevas generaciones son las que gestionarán el mundo y las que, teóricamente, tendrán de velar por el bienestar de sus mayores, que seréis vosotros.
Para finalizar, queremos fijar en la sociedad la creencia de que, a pesar de todo, las relaciones familiares suelen tener un carácter afectuoso y se viven con agrado. La mayor dificultad reside en mantener estas percepciones puesto que, como en toda relación, es necesario alimentarlas con cariño, entrega, y esfuerzo. No hacemos lo que queremos, ni queremos lo que hacemos. Ése es el secreto de darse a los demás de manera incondicional.