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La familia como entorno tóxico

Publicado por María Gómez

family-photo-827763_1280En relación a la familia como grupo de referencia, sobre todo en los primeros años de la vida, hay varios aspectos dignos de comentar. Estamos habituados a asumir como cierta la idea de que pasar tiempo en familia es beneficioso en múltiples ámbitos. Esta afirmación es totalmente cierta. En la familia encontramos los apoyos necesarios en los momentos difíciles y sentirse reconfortado ayuda a superar las adversidades. También es un entorno donde nos sentimos seguros, aprendemos a relacionarnos y que nos prepara para la vida adulta.

Sin embargo, el entorno familiar puede convertirse en un enemigo a evitar. No no engañemos y reconozcamos que hay familias en las que uno o varios de sus miembros provocan un desequilibrio importante que afecta psicológicamente a los demás. Este efecto es especialmente significativo cuando los miembros «tóxicos» son el padre o la madre.

Existen unos patrones de comportamiento disfuncionales que precipitan  las relaciones a un naufragio. Normalmente, cuando hay problemas importantes de comunicación ya sea por ausencia de la misma o por interferencias determinantes para la eficacia de la misma, las relaciones en la familia se van deteriorando puesto que cada miembro busca llenar ese vacío con otras personas como amigos, parejas, etc. Otra situación tóxica viene marcada por la manipulación emocional de un miembro sobre uno o más miembros de la familia. A veces, incluso siendo conscientes de tal manipulación, el sujeto no posee herramientas psicológicas para salir airoso por lo que necesitará ayuda de alguien externo al círculo, incluso de un profesional. Cuando entre familiares existe frialdad o distancia emocional y sentimos al otro como desconocido, difícilmente recurriremos a él a la hora de pedir ayuda o consejo. Además, no sentiremos la necesidad de su compañía y las reuniones obligatorias nos resultarán tediosas.

Para lograr evadirse de cualquiera de estas situaciones, habremos de aplicar las estrategias adecuadas a pesar de las cuales tendremos presente que este proceso es gradual y, en raras ocasiones, surten efecto de la noche a la mañana. La constancia se convertirá en nuestra mejor aliada. En realidad, la mejor solución no pasa por romper todo vínculo, sino que se trata de un proceso de reajuste que nos permitirá afrontar de la manera más beneficiosa para nosotros aquellas conductas que nos llenan de inquietud y desasosiego.

Nuestro recorrido deberá comenzar con el reconocimiento de que pertenecemos a una familia que presenta un ambiente complicado. A continuación, tendremos que realizar un análisis de aquellos comportamientos que nos afectan especialmente para iniciar un acoplamiento de las nuevas conductas más adaptativas.

Puesto que cambiar todo lo que nos rodea es imposible, será siempre más práctico modificar nuestra percepción de las situaciones problema para que, junto con la adquisición de las habilidades pertinentes, mejoren nuestras relaciones y la comunicación sea lo más fluida posible.

Conviene admitir esta filosofía lo antes posible porque la familia no puede ser elegida pero, además, es que existen ciertos preceptos que debemos asumir como miembros de un núcleo familiar. Así, procuraremos ser empáticos siempre que sea posible, seremos respetuosos con los demás y con sus tiempos y espacios, nos esforzaremos por utilizar un lenguaje amable con asertividad y entrenaremos la paciencia a diario. Todo un reto.