Obesidad y depresión
Cuando no me gusta mi mundo, me lo como.
El depresivo piensa en negativo y parece condicionado a recordar todas sus experiencias de abandonos, pérdidas y falta de afectos. Se siente víctima de las circunstancias, de su historia, de sus padres, de sus limitaciones, de su falta de oportunidades, etc.
Todos somos víctimas de padres que a su vez han sido víctimas de sus propios progenitores y que sin quererlo han seguido transmitido sus miedos y su baja autoestima, sin embargo existe también una forma particular de asimilar las experiencias.
Conocer la verdadera historia de nuestros padres nos ayuda a comprender sus actitudes y su forma de ver el mundo y también nos brinda la oportunidad de comprenderlos.
Melanie Klein, desde el Psicoanálisis, analiza la etapa del desarrollo oral desde el nacimiento, en que el amor y la necesidad provocan el deseo de devorar, siendo en esta temprana fase cuando se logra la capacidad de establecer vínculos tanto con las cosas como con las personas.
El bebé posee un yo rudimentario desde el nacimiento y la vivencia de la dependencia del pecho materno puede producir sentimientos de negación, evitación y hasta la inversión de la dependencia por medio del control, triunfo y desprecio del objeto, que le permiten defenderse del miedo a la pérdida y la culpa por los impulsos agresivos.
La ansiedad se origina en el desequilibrio pulsional que se produce cada vez que privaciones de origen interno, como el hambre, o la incomodidad, como externos, representados por ejemplo por la ausencia del pecho materno, intensifican las pulsiones agresivas que son los que ponen en funcionamiento mecanismos de defensas inadecuados.
Según Melanie Klein, las primeras experiencias del lactante se relacionan con un objeto parcial bueno (el pecho bueno) y con un objeto parcial malo (el pecho malo).
El pecho bueno es el que satisface la necesidad en forma armoniosa y amorosa y el pecho malo es el que no aparece, se demora, se apura, se niega.
El pecho bueno representa la pulsión de vida y es el que se idealiza y el pecho malo representa la pulsión de muerte y es el que se convierte en persecutorio.
Son dos pechos, divididos en bueno o malo y no sintetizado como un solo pecho tanto bueno como malo.
Los sentimientos de privación intensifican las pulsiones agresivas generando voracidad, aumentando la frustración y la ansiedad persecutoria por el temor a ser devorado por el objeto debido a la proyección. Este temor a ser devorado es el elemento esencial de la ansiedad persecutoria.
El pecho malo puede devorar con la misma voracidad con que el bebé lo desea devorar y el pecho bueno contrarrestra este sentimiento favoreciendo la integración; o sea que la introyección estable del pecho bueno es necesaria para el desarrollo normal.
La escisión del pecho en bueno y malo provoca también la escisión del yo. El niño posee dos imágenes de dos pechos, uno malo que lo frustra y uno bueno que lo gratifica. A estas experiencias de frustración y gratificación se le agregan los procesos de introyección y proyección que contribuyen a acentuar la ambivalencia de la relación objetal.
Cuanto menor sea la ansiedad persecutoria la tendencia a la división será menor y habrá una mejor integración del yo y a la síntesis de amor y odio en las relaciones de objeto.
El motivo principal de la ansiedad es que los impulsos destructivos eliminan el objeto amado, de quien se depende, aumentando la necesidad de poseer este objeto dentro de si mismo.
Junto a la culpa surge la necesidad de reparación como reacción a ansiedades depresivas que obligan a intentar restaurar el objeto dañado.
Se puede inferir que el obeso calma la ansiedad devorando, eliminando así el objeto de su frustración simbolizado por la comida, haciéndola desaparecer. Sintiéndose culpable por su agresividad que se vuelve persecutoria, puede sentir la necesidad de reparación, vomitando.