Personalidad = Temperamento + Carácter
En el momento que conocemos a una persona y compartimos un cierto tiempo juntos, empezamos a crearnos una opinión e imagen acerca de su persona. Uno de los aspectos que solemos utilizar para describir a alguien es su temperamento, carácter o personalidad. Con frecuencia, utilizamos indistintamente estos tres conceptos para referirnos al mismo significado. En efecto, lo hacemos, pero erróneamente porque existen diferencias (aunque sean sutiles) entre estos términos.
Hay ciertos rasgos estables y difíciles de controlar en las personas, que vienen determinados por la carga genética y que nos hacen ser de una determinada manera: agresivo, alegre, pacífico, etc. Ésto es temperamento. No obstante, mientras exista voluntad por parte del individuo, siempre se puede trabajar en mejorar el temperamento o, al menos, mitigarlo en caso de encontrarse en los extremos.
Es aquí donde entra en juego el carácter. Éste se fragua con la experiencia y las interacciones que tienen lugar durante el desarrollo vital, de modo que podremos modificarlo a lo largo de la vida con el fin de evolucionar y progresar como persona. Sin embargo, los primeros años de vida condicionan bastante estas transformaciones porque las vivencias infantiles quedan registradas en la memoria y marcan profundamente la evolución posterior tanto de forma positiva como negativa según los acontecimientos ocurridos. Como consecuencia, la educación y la calidad de las relaciones en las edades tempranas se consideran factores decisivos para la configuración del carácter.
Todo ello, se combina con nuestro temperamento de base y da como resultado la construcción de la personalidad. Esta integración de variables se traducirán en modos de actuar y de comportarse, que serán también susceptibles de ser modificados mediante la variación de hábitos o la incorporación de nuevas creencias o ideas. Habrán de considerarse, especialmente, los sucesos traumáticos puesto que su adecuada gestión será primordial para que, una vez alcanzada la edad adulta, se pueda construir sobre ellos en lugar de dejarnos arrastrar por su poderosa corriente permaneciendo, así, anclados en un pasado triste y desolador.
Una vez hayas tomado conciencia de las peculiaridades de cada concepto, ya puedes realizar un auto-análisis a través de la auto-observación, o de rememorar tus acciones y reacciones para fundamentar, lo más objetivamente posible, tus patrones de respuesta. En caso de que detectes alguna debilidad que te obstaculice de algún modo el establecimiento de relaciones personales adaptadas a tus necesidades y/o apetencias, te será mucho más fácil incidir en ellas sin rodeos y dar palos de ciego. Ten siempre presente que la personalidad condiciona, pero no determina. Además, contamos con el inestimable refuerzo que supone la libertad de cambio, tener la posibilidad de cambiar porque queremos o lo necesitamos. Es lo realmente fascinante.
No existen reglas que indiquen el camino del cambio puesto que cada individuo es único y cuya actuación también se verá influida por las circunstancias adyacentes. Se trata de una tarea individual e íntima aunque no dudes en buscar ayuda de profesionales que te guíen a lo largo del proceso si te encuentras perdido a la hora de iniciar el cambio