Deseo y Goce
Decimos entonces que en la enseñanza de Lacan, el superyó surge de la paradoja freudiana que encontramos en su texto «El malestar en la cultura». El ahí decía que clínicamente se verificaba que cuando se renunciaba a la satisfacción, el superyó se volvía más severo aún. Es decir, se desdibuja aquí eso de que el superyó se queda conforme cuando se renuncia… Todo lo contrario.
Así Lacan equipara a esto con el goce, en su separación de lo que es el placer.
El superyó, nos dice Lacan, exige satisfacción, más y más.
Y los analistas nos perdemos cuando asociamos el superyó al deseo; cuando suponemos que el superyó es una instancia prohibidora del deseo. Como si fuera su función esencial la de mantener el orden social luego de la declinación del Complejo de Edipo.
Deseo y goce no son lo mismo. Esto hay que delimitarlo en el campo del psicoanálisis lacaniano, porque si no, nos embrollamos.
Claro que el superyó se opone, por decirlo de alguna manera, al deseo; pero esto es así en tanto esa instancia que frena, advierte de que algo debe dejar de hacerse. En tanto es un imperativo dirigido al goce.
Porque clínicamente lo que vemos es que el goce, en tanto su definición misma, no es tan deseable…
En psicoanálisis de orientación lacaniana contamos con un operador que nos permite ordenar, y justamente, operar en la clínica -o por lo menos ha sido una referencia teórica por mucho tiempo, ya que hoy está un poco en decadencia. Les hablo del Nombre del Padre, una instancia que ha sido abordada en un principio como aquella responsable de normalizar el deseo. De regularlo.
Porque el sujeto se enfrenta inevitablemente con un deseo sin ley, que es el capricho materno. Como eld eseo materno se engancha con otra cosa, más allá del sujeto en cuestión, eso a lo que se engancha es siempre enigmático. Una «x». Es así que se produce la metáfora paterna, se metaforiza el deseo materno, y todo se ordena a partir de aquí. Tenemos como efecto la función fálica.
Podemos decir que en realidad, aquí empieza a estar todo mal, pero es ese todo mal que comparte todo el mundo…
Pero bien, siguiendo con el superyó, si éste le importa a Lacan es en su oposición al Nombre del Padre, ya que éste está coordinado con el deseo; mientras que el superyó lo está con el goce.
Y en la enseñanza de Lacan tenemos que el superyó es imaginario, simbólico y real.
Lo imaginario del superyó tiene que ver con esa «encarnación» en esos personajes de la historia del sujeto, en el mito de cada sujeto.
Pero eso es muy diferente a la estructura del superyó. En lo simbólico, la función del superyó es de Ley, pero no tanto (como sí lo planteó lacan en un principio pero después él mismo se burla de esa consideración) como ley pacificadora. Claro que el superyó es ley, pero no como socializadora, normalizadora, pacificadora; sino esa «ley insensata». Una ley de la cual desconocemos su sentido. Es un significante solo -por eso insensato.
En este sentido, el superyó puede asemejarse al capricho materno, que como les decía, es sin ley.
El superyó como real podemos ubicarlo en relación al objeto pequeño a, pero en su dimensión de voz. La voz del superyó.
FUENTE: MILLER,J-A. «Recorrido de Lacan. Ocho Conferencias»