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La Crisis de los Cuarenta Años

Publicado por Malena

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Los cuarenta años es la etapa de la vida en que el hombre debería haber logrado el equilibrio y la plena madurez; porque es el momento cumbre en que el ser humano puede alcanzar su máxima realización.

Sin embargo, en las sociedades modernas, muchos a esa edad todavía se encuentran desorientados, se comportan como adolescentes, evitan los compromisos y tienen dificultades para insertarse laboralmente en la comunidad en que viven.

Mientras que otros, que tal vez han elegido el compromiso sin mucha convicción, no cumplen con sus obligaciones, dudan de sus propios valores, se involucran en aventuras banales que pueden malograr lo que han construido; o en actividades ilegales con el afán de ganar dinero.

Cada nueva etapa de la vida obliga a hacer el duelo por la anterior, de lo que se ha disfrutado y superado, aceptando lo nuevo como un desafío, con la posibilidad de construir una vida propia y única.

Ningún período vital es bueno o malo, simplemente el curso de la vida se desarrolla como transcurre el día.

A la mañana es el despertar, la alegría y la inocencia de la niñez; y al mediodía, el entusiasmo, el empuje y la frescura de la juventud.

A la tarde es el momento de la realización de los proyectos, cuando tal vez nos pueda vencer la modorra, como ocurre luego de haber comido, y el desaliento nos obligue a renunciar a ellos; pero también podemos superar la pereza si estamos realmente convencidos; y lograr realizar nuestros planes y hasta ser capaces de cambiarlos por otros si fuera necesario.

La tarde nos depara sol o nubarrones según ignoremos o nos dejemos vencer por las preocupaciones, los obstáculos y contratiempos que nos impidan mantener firmes nuestros objetivos.

Con el crepúsculo viene la quietud y la tranquilidad; es el momento de relajación y contemplación en que la brisa se detiene y solo queda el silencio que gratifica.

Podemos mirar atrás y sentir que hemos tratado de hacer lo mejor, que hemos hecho lo que pudimos, o darnos cuenta que hemos perdido el tiempo en cosas intrascendentes que sólo nos han dejado vacíos.

Orgullosos o afligidos, lo más importante es estar en paz con uno mismo.

A los cuarenta años hemos llegado a la mitad de la vida y hay que agradecer todo, la oportunidad de vivir, el haber nacido, el poder disfrutar de las cosas, el aire que respiramos y el hecho de estar vivos.

Porque en este momento de la vida la muerte cobra un significado distinto. Antes era lo que le pasaba a los otros y ahora nos damos cuenta que es algo que también nos puede pasar a nosotros.

Si en la mañana de la vida nos quedamos dormidos se nos hará tarde para todo, perderemos oportunidades y desafíos; y cuando avance el día nos encontraremos retrasados y desorientados, buscando el sentido de la vida.

El tiempo no se detiene y somos nosotros los conductores de nuestro navío, los que elegimos quienes queremos ser y tratamos de conseguirlo o los que nos dejamos llevar por el aburrimiento, la satisfacción inmediata y el sin sentido.

Seremos al anochecer nuestra propia obra y a nosotros nos toca superar las limitaciones y las condiciones, porque el hombre es el único ser que puede trascenderlas.

No se trata de sólo voluntarismo sino de estar atentos y dispuestos para ser nosotros mismos.

Y si no estamos conformes siempre estamos a tiempo de cambiar nuestro destino.