Sobre la Identidad
En el libro de Alejandro Dolina “Cartas Marcadas”, hay un relato chino que ilustra sobre el problema de la identidad.
Durante el reinado de cierta dinastía china, se impulsó el florecimiento de las artes mágicas, metalúrgicas, sismológicas y de las adivinanzas.
La gente se especializaba en la confección de disfraces y se las enseñaba a sus descendientes desde niños, llegando éstos a desarrollar la habilidad de reproducir e imitar a la perfección a los miles de seres de la naturaleza.
Durante el solsticio de verano, se realizaba un festejo en el que todos cambiaban su identidad y simulaban ser otros.
En esa fiesta, el gobernador se disfrazaba de granjero, las princesas de prostitutas, los comerciantes fingían ser funcionarios públicos y hasta el mendigo era un equilibrista.
De esa manera todos podían cometer cualquier cantidad de excesos sin ser castigados ya que nadie sabía nunca quién era en realidad cada uno.
Tanto se identificaron con sus disfraces que después de algunos años acostumbraron mantener sus disfraces más tiempo de los fijados y fingían ser otros cualquier día del año.
Con el tiempo, como cualquiera podía ser cualquiera, el ser alguien determinado llegó a no tener importancia y al mismo tiempo su impostura los liberaba del pasado.
De este modo, el pasado en esta comunidad no era personal sino colectivo y sus inconstantes individuos podían eximirse de castigos, deudas, herencias, títulos de nobleza o lealtades.
Pero la falta de responsabilidades ocasionó el deterioro de las costumbres, lo que hizo peligrar a la ciudad y al imperio.
Cuando el gobierno dispuso la prohibición de los disfraces se produjo una rebelión y se descubrió que incluso gran parte de los funcionarios y militares eran fraudulentos y se encontraban usurpando la autoridad.
Muchos ocupaban el lugar de personas fallecidas con tanta rapidez y fidelidad que ni los mismos familiares lo notaban, y llegaron a atreverse a hacer regresar a sus antepasados, como padres, abuelos tíos, en sus épocas más gloriosas.
Pero la emoción de los parientes al verlos era escasa, porque también el lugar de los deudos era ocupado por personas con identidades falsas.
Un día, el heredero del trono, pidió conocer a la mujer más hermosa de la ciudad, para saciar su apetito carnal.
Apareció en sus aposentos una joven aristócrata considerada la más bella, que juró nunca haberse disfrazado porque creía que cada ser es único e irrepetible y que hasta el último de los desposeídos tenía un propósito.
El príncipe compartiendo su criterio, dio la orden para que todos los habitantes de esa comunidad volvieran a recuperar sus verdaderas identidades.
Pero nadie pudo cumplir con su mandato porque ya nadie recordaba quién alguna vez había sido. Por otro lado, como ninguno deseaba dejar de usar sus disfraces organizaron una rebelión y tomaron prisionero al príncipe, ocupando su lugar uno de los revoltosos.
Este sedicioso, que había adoptado en su vida muchas identidades, nadie podía precisar quién era, no obstante, una muchedumbre de disfrazados marchó con él a la capital apoyándolo.
Nadie se dio cuenta del fraude y el falso príncipe y sus secuaces, para conservar el poder, dieron la orden a la ciudad de volver a la antigua costumbre de aceptar la regularidad de un solo destino por persona, con la promesa de ser eximidos de todo impuesto imperial.
Mientras tanto, el príncipe legítimo se había convertido en un sirviente más, con la obligación de realizar las tareas más deshonrosas y recibiendo azotes a cada rato.
De esa manera llegó a ser un mendigo, hasta que un día se encontró con su bella amante y le pidió que lo reconociera ante todos para recuperar su posición.
Con desdén, la mujer lo despreció y lo trató de mentiroso, ya que afirmó con convicción que el verdadero príncipe era el otro.
El príncipe verdadero finalmente murió y todos los usurpadores reinaron muchos años, extendiendo sus dominios hasta convertir a toda China en un país de imposturas.
Un día, la hermosa dama que negó haber reconocido al genuino monarca se introdujo en los salones privados del falso emperador y se presentó como su amante, la misma que como él alguna vez pensó que no se podía ser otro; pero el falso monarca no la reconoció.
Sin esperanzas, la mujer volvió a su casa, dejando que el tiempo y el destino la convirtieran en otra.
Fuente: “Cartas Marcadas”; Alejandro Dolina