Dolor moral
Podríamos preguntarnos ¿Qué uso puede hacerse, en el siglo XXI, del concepto de «dolor moral»?
Porque es esta una noción sobre la cual aún puede discutirse su procedencia.
¿Deriva de la práctica clínica, del diagnóstico diferencial o de la reflexión psicopatológica? ¿Estas pertenencias diferentes pueden permanecer independientes una de otra?
En principio, el epíteto de «moral» no es claro si nos reenvía a la oralidad, a las costumbres, o a lo moral en tanto opuesto a lo físico, como proponen G. Cabanis y Maine de Biran (siglo XIX)
No se trata de un dolor que tiene origen en la conciencia moral, por lo que este dolor moral difiere, de raíz, del remordimiento, la autoacusación y y la insatisfacción de sí.
En francés actual, este dolor moral hace referencia a un «dolor psíquico». Se trata de una experiencia inmediata, en tanto que si el sujeto es capaz de reflexionar sobre ella, lo será siempre de modo secundario, y luego de haberla experimentado directamente, sin mediación.
Se trata de una conciencia centrada en el dolor, un dolor que nada tiene de físico. El duelo, la separación, la soledad, el aislamiento, podrían también considerarse como «dolor moral».
En la sociedad actual, con la creciente comprensión de la salud mental y la aceptación de las emociones como una parte integral de la experiencia humana, el concepto de dolor moral ha adquirido un nuevo significado. Se ha convertido en un término que abarca una amplia gama de experiencias emocionales, desde el estrés y la ansiedad hasta la depresión y el trauma.
Lo que luego dirá Schuele es que este dolor moral, esta depresión dolorosa, es el síntoma más evidente de la melancolía, inclusive el más característico. Se manifiesta en al actitud, la mímica, la fisonomía, traducidas en toda la gama que conocemos como de las «pasiones tristes»: pena, abatimiento, terror, estupor, angustia…
Y una vez que esto aparece, tiene la tendencia de abarcar todo el campo de la conciencia. A la vez, este estado se acompaña de anestesia, de «disestesias psíquicas»: insensibilidad a los excitantes normales del mundo exterior, encontrándose el sujeto aislado, replegado sobre sí mismo. Ya no participa de las actividades de su entorno, y todo lo que lo rodea le resulta penoso, «negro».
El dolor moral actúa nuevamente, aumentando la intensidad de los diversos fenómenos descritos que le han dado origen.
Así, determinan del lado del aspecto físico: la tensión muscular (amiostenia), los temblores, la angusia, los síntomas vasomotores, síntomas musculares, respiratorios, etc.
Del lado del aspecto intelectual: paralización, abulia, inhibición de las funciones intelectuales, fijeza en la atención sobre algún objeto en particular, que lo lleva a tener una «idea fija», acompañada de violentas impulsiones, sin objetivos, etc.
Estos desórdenes nuevos llegan a la conciencia y aumentan a su vez el dolor moral, lo que constituye una especie de círculo viciosos en torno al cual gira el sujeto melancólico en el trascurso de toda la enfermedad.
Estos son los síntomas que podemos ubicar en el comienzo de la Melancolía. Es más, estos síntomas en sí mismos ya constituyen la «Melancolía sin delirio», «melancolía simple» o «melancolía con conciencia».
Es decir, que en esta patología no hay delirios ni alucinaciones; tal vez puedan observarse ciertas preocupaciones, o preguntas que se plantea el enfermo sobre el futuro o bien sobre su estado…desarrollándose así un delirio, como una tentativa de explicar los fenómenos dolorosos que están en el inicio.
Es así que si se habla de melancolía delirante, el delirio es secundario a los fenómenos primarios descritos en el artículo anterior de este blog.
En el contexto de la salud mental moderna, el dolor moral puede ser visto como un indicador de un problema subyacente que necesita ser abordado. Puede ser un signo de una enfermedad mental, como la depresión o la ansiedad, o puede ser el resultado de un trauma o estrés. En cualquier caso, es importante buscar ayuda profesional si se experimenta un dolor moral persistente.
FUNTE: SÉGLAS,J. «Lecciones clínicas mentales y nerviosas. Décima Lección. De la melancolía sin delirio»