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La Autoestima de los Niños

Publicado por Malena

la autoestima en los niños

Pocas personas han nacido para cumplir grandes hazañas, pero todos tienen la enorme tarea de gobernar con sabiduría su propia casa.

Los hijos aprenden todo lo que los padres hacen y los padres aprenden de sus hijos; y el amor es la argamasa que no permite que se desmorone la familia.

Es difícil ser padres, mucho más ahora en que tanto padres como madres trabajan y tienen que redoblar sus esfuerzos para cumplir con el sostén del hogar y el cuidado y la educación de sus hijos.

Los hijos no son todos iguales, y así como se diferencian físicamente también tienen un temperamento y un carácter distinto.

Los padres aman a sus hijos y suelen hacer muchos sacrificios por ellos; pero las diferencias individuales que presentan, hacen que creen un vínculo distinto con cada uno de ellos.

Estas diferencias puede afectar la autoestima de los hijos, cuando sus padres actúan sin tener conciencia de ellas.

El más chico, que a veces llega al hogar sin que lo esperen y que por lo general es el último, puede recibir un trato preferencial por distintos motivos.

En primer lugar, los padres pueden sentirse culpables por no haberlo deseado, aunque luego lo hayan aceptado con agrado.

Luego, el pequeño los hace sentir más jóvenes, porque es la oportunidad de un nuevo comienzo en sus vidas, al necesitar retomar la casi olvidada rutina de los pañales y las mamaderas.

Los más grandes han perdido el candor de la primera infancia y han aprendido a defenderse solos, mientras un bebé en cambio, resulta tan vulnerable e indefenso que sus padres tienden a comportarse como si fueran primerizos, sobreprotegiéndolo y mimándolo aún más que el primero.

Por lo tanto, estos pequeños son más consentidos y defendidos que sus hermanos, por su aparente inferioridad de condiciones y principalmente por ser el más chico.

Ese trato diferente permite a ese niño sentirse querido aceptado y seguro, ingredientes que pueden favorecer su seguridad en sí mismo, el desarrollo de una personalidad firme y de una alta autoestima. Aunque si ha sido excesivamente consentido también puede aprender a ser egocéntrico, dependiente, caprichoso y perezoso.

Los demás hijos, mientras tanto, tendrán que esforzarse más para distinguirse y gozar de los mismos privilegios, y tenderán a ser competitivos o bien a renunciar a sus iniciativas dejándose estar para llamar la atención por su desidia.

Los niños no deben ser encasillados en un rol que los defina como incorregibles o vagos, porque es muy difícil salir de ese encasillamiento, y la tendencia entonces es ser fiel a esa definición.

Si definimos a nuestros hijos con juicios terminantes, diciéndoles que son unos inútiles o perezosos, se convencerán y no harán nada para remediarlo; al contrario, aprenderán a odiarse ellos a si mismos como creen que los demás lo hacen.

A los hijos hay que aceptarlos como son, cualquiera sean sus defectos, ya que esta aceptación permitirá que los trasciendan. Tienen derecho a enojarse cuando es oportuno pero deben saber que el límite es no llegar a las manos y deben ser respetados por el hecho de ser personas y no solamente por lo que hacen bien.

Es importante no juzgar las actitudes de un niño pero es necesario señalarle qué es lo que está haciendo que puede resultar perjudicial para otros o no beneficioso para él, tratando de evitar calificarlo como malo, incorregible o violento, ya que terminará convenciéndose e integrando esos conceptos a su identidad.

Algunos padres pueden sentirse desbordados por los problemas y las responsabilidades que implica la tarea de educar a los hijos, pero tienen que aprender a aceptar que no pueden eludir esa responsabilidad ni evitar hacerse cargo de sus actos.

Los niños deben conocer los límites, aprender a ser responsables de lo que hacen, a tener proyectos y cumplirlos, a perseverar y tener paciencia cuando se proponen un objetivo y a respetar las reglas del hogar y saber que serán sancionados si no las cumplen.

El hogar es la oportunidad que tienen para entrenarse y ser capaces de vivir en una sociedad, insertarse adecuadamente y poder contribuir con su aporte para cumplir su destino.