Ansiedad social en tiempos de Pandemia.
La ansiedad social se incrementó en período de pandemia precisamente por el tiempo transcurrido en el confinamiento. Para aquellas personas que experimentaban rasgos de ansiedad social previamente, el tiempo de reclusión les permitió la relativa comodidad de no tener que enfrentar esas situaciones.
Por un lado, esto puede haber ayudado a trabajarlo, en el caso en que se haya transcurrido por un tratamiento preparando las bases necesarias para la apertura. En otros, la evitación incrementada por el confinamiento puede haber recrudecido los síntomas, sufriendo un incremento cuando se empezó a flexibilizar y a permitir la presencialidad.
Agregado a esto, surgieron casos de ansiedad social en aquellas personas que nunca habían experimentado síntomas significativos con respecto a esto. La situación inédita de estar recluidos durante tanto tiempo, acompañado de los temores por la contracción del virus y el contagio generó en consecuencia que síntomas de este tipo empiecen a surgir masivamente.
Tanto en adultos como en adolescentes y niños la ansiedad social se empezó a manifestar con mayor incidencia. La circunstancia de reclusión a lo largo de mucho tiempo, el cese de los encuentros con vínculos cercanos y la anulación de espacios comunitarios que formaban parte de la rutina implicó inicialmente una ruptura y, secundariamente, una necesidad por parte de los individuos de ir adaptándose a lo que la nueva realidad demandaba.
Así, estar puertas para adentro implicó todo un reajuste de rutinas y de energía dirigida a crear una nueva estructura que permita sostener ese tiempo en cuarentena. Volver a salir al mundo exterior y encontrarse con otros puede implicar, para muchos, un gran esfuerzo. Porque implica, una vez más, modificar aquellos cambios que se habían puesto en juego para sostener las demandas del momento.
Para otros, sin embargo, la apertura era la situación más esperada, y en estos casos no implicó probablemente conflicto alguno.
El cierre y la evitación del contacto potenció sin duda los síntomas asociados a la ansiedad social. La apertura implica el desafío de volver a enfrentarse gradualmente o enfrentarse quizás por vez primera con situaciones sociales que disparen el temor y la ansiedad.
Es recomendable detectar cuando esto ocurre para poder consultar y trabajarlo adecuadamente. En el contexto en el que estamos, este tipo de síntomas pueden estar encubiertos por eso se requiere de cierta introspección o indagación para percibirlo.
En estos casos se observa que, aún cuando hay normas más flexibles y espacios más habilitados, la persona sigue en confinamiento, saliendo muy poco o viendo a muy pocas personas. Incluso hay casos en los que se perpetúa el estado de aislamiento prácticamente como en la primera etapa de cuarentena. Bajo el lema de «cumplir» con protocolos o de no ponerse en riesgo se extreman algunas posiciones pudiendo ser la razón perfecta para evitar aquello que le produce gran ansiedad.
Esto, por supuesto, no implica que haya que dejar de cumplir con los protocolos, sino sencillamente es esencial evaluar si en ciertos individuos esto se está llevando a un punto extremo siendo funcional a la ansiedad social.
Como dijimos anteriormente, detectar estas diferencias es sumamente importante. Si bien el tiempo de reclusión puede ser útil y en muchos aspectos necesario, prolongado un tiempo y para ciertas personas en particular, puede ser contraproducente, siendo recomendable un trabajo profundo de concientización de estos aspectos.