¿Cómo establecer límites saludables?
En el artículo anterior hablamos de los límites y el porqué muchas veces se dificulta establecerlos.
En este artículo vamos a puntualizar específicamente sobre cómo podemos ejercer los límites en nuestros vínculos y hacia nosotros mismos.
Los límites son fundamentales para el desarrollo de vínculos saludables y para poder emprender un camino propio. Nos permiten diferenciarnos, elegir, respetar y hacer respetar nuestras necesidades y deseos.
Convivimos con personas que experimentan realidades distintas a la nuestra y, por eso, es esencial comunicar si los tiempos o modos del otro no son los que necesitamos en determinado momento.
Los límites saludables nos permiten ejercer el autocuidado y nos habilitan para aceptar a otros en su diferencia. El verdadero vínculo existe si se reconoce al otro como distinto de uno, ese es el intercambio realmente rico, el de las relaciones que aceptan la alteridad: al otro como diferente, con experiencias, emociones y vivencias distintas.
La comunicación emocional es fundamental para ejercer límites. En esencia, si podemos comunicar cómo nos sentimos ante el actuar del otro, esta es una manera saludable de mostrar nuestra realidad, invitando a la otra persona a que la reconozca y la respete.
Algunos ejemplos de situaciones y formas en que podemos marcar un límite son las siguientes:
- Entiendo que esto te enoje, pero preferiría que no lo descargues conmigo. No me siento hoy con la capacidad para sostenerlo.
- Te pediría que me avises antes de pasar por mi casa.
- Voy a pasar a visitar pero sólo voy a poder quedarme un rato.
- Durante esta hora y media voy a estar ocupada. Intentá respetarlo y no interrumpirme. Es importante para mí.
- Si vas a usar algo mío, por favor, pedímelo antes.
- Entiendo y respeto tu idea, pero la mía es distinta. No intentes convencerme.
- No me siento cómoda/o con este tipo de cercanía física. ¿Te importaría darme un poco de espacio?
- No puedo responsabilizarme de más tareas que las que ya asumí. Cuando las termine podré encarar otras.
- Me parece genial que te entusiasme ese plan, y espero que la pases bárbaro, pero yo no tengo ganas. Prefiero quedarme.
- Voy a necesitar tu ayuda para esto. Es demasiado para mí hoy.
- Hoy no me siento bien. ¿Podrías encargarte de las tareas que quedan?
- Necesito tomarme un descanso.
- Sé que este impulso tiene consecuencias que me hacen mal. Voy a intentar hacer otra cosa.
Estas son sólo algunos ejemplos de situaciones sugeridas. Son múltiples los escenarios en los que amerita limitar en los vínculos con otros y también en el vínculo con uno mismo.
Los límites saludables no son agresivos. Al contrario, se comunican de una forma amena y respetuosa. El límite es respeto hacia otros y hacia uno mismo. No es un acto egoísta, es un acto que cuida a la persona y al vínculo.
La agresividad muchas veces llega precisamente cuando el límite no fue marcado y la persona se encuentra haciendo durante mucho tiempo aquello que no siente, o que no la representa, o que es contrario a sus valores, deseos y necesidades. No comunicar estos aspectos y seguir en el afán de «sostenerlo o aguantarlo todo» suele desencadenar en explosiones agresivas.
Quienes aprenden a ejercer límites habilitan a los demás a hacerlo también, y esto se traduce en intercambios vinculares más sanos basados en el respeto y la aceptación mutua.