Cuidarse y poner límites no es egoísmo.
Por cuestiones culturales y sociales, se nos transmite con frecuencia que poner límites o cuidarse a uno mismo es sinónimo de egoísmo. Esto acarrea consecuencias negativas desde el punto de vista psicológico.
El excesivo esfuerzo por agradar y por «ser buenos» conlleva grandes dificultades para el afianzamiento de la identidad y del deseo. Nuestra cultura nos ha llevado a volcarnos al mundo exterior antes que a cultivar el conocimiento de nuestro mundo interno.
El estrés y la ansiedad, entre otros, son síntomas que reflejan la desconexión que tenemos con nuestro cuerpo y con los mensajes que nos envía.
La velocidad, la necesidad de cumplir instantáneamente con todas las demandas del ambiente nos lleva a desconocer nuestras propias necesidades físicas y psíquicas, llegando a anoticiarnos, a veces mucho tiempo después, de algo que veníamos necesitando intensamente.
El desconocimiento, la falta de conexión con los aspectos propios acarrea gran cantidad de conflictos no solamente físicos y psíquicos individuales, sino también colectivos.
Por eso es fundamental desmitificar el cuidado propio y la puesta de límites para que sea entendido como algo necesario para la salud mental de todos los individuos.
Si dejamos de verlo desde el prejuicio, podremos incorporarlo más fácilmente a nuestros hábitos cotidianos y a la educación de las futuras generaciones, ya que verdaderamente ocupa un papel fundamental respecto a la salud.
«Si no quisiéramos ser tan buenos, seríamos mejores.» Sigmund Freud.
El cuidado propio abarca gran cantidad de áreas, dos de las que se han incorporado más fácilmente y a veces en exceso en nuestra cultura son la actividad física y la estética: las cuales muchas veces terminan siendo un vehículo para agradar y satisfacer demandas externas más que como una forma de autocuidado.
El cuidado de la salud mental, el registro del cuerpo, el respeto por las emociones y por los espacios propios, la atención al despliegue creativo, incluso la propia espiritualidad, son también parte fundamental del cuidado propio. Y para que sea posible, es fundamental la puesta de límites.
Poder poner límites correctamente implica concebirlo como una acción que es necesaria para garantizar vínculos saludables. Si no se le otorga esta categoría, los límites son marcados con temor y culpa, siendo asociados a una postura egoísta y desconsiderada.
Los límites, en realidad, son fundamentales. Ayudan a respetar tanto lo propio como lo del otro, y posibilitan el cuidado y la valoración de las elecciones y libertades mutuas. Siempre que convivamos con otros tendremos que ejercer la puesta de límites, que implica tener que decir que no, y poder marcar cuando algo nos molesta de la mejor manera posible.
El límite permite la identidad y nos ayuda a desarrollarnos como individuos. Cuando ponemos límite a otro también le estamos mostrando que es algo válido, que se puede hacer, y probablemente influyamos en su propia capacidad para marcarlos.
Ejerciendo esta capacidad, colaboramos quitándole el prejuicio y la valoración errónea que posee socialmente.
Si cada uno, desde su lugar, comienza a ejercitarlo, la sociedad toda se habituará a esta idea, y en un futuro cercano será parte del modo habitual de relacionarnos. Poner límites no es egoísmo y no implica aislamiento. Todo lo contrario, habilita espacios de intercambio más ricos y saludables, permite mayor claridad y mejor comunicación.