Psicología
Inicio Familia, Personalidad, Psicología de Niños ¿Cómo poner límites?

¿Cómo poner límites?

Publicado por Lic. Maria V.

Poner límites es uno de los trabajos más difíciles para las personas. Ya sea a sus hijos, a su trabajo, a las demandas familiares, a personas intrusivas o dañinas. El límite está asociado a un intercambio enojoso, a una situación tensa y por este motivo en gran cantidad de casos no se pone, o se hace pero de manera incorrecta.

El límite es esencial en la vida de cualquier sujeto saludable. El límite simbólicamente implica una línea que divide, pero a la vez es un borde que enmarca, que ordena y protege.

Muchas veces vivimos exigiéndonos por cumplir con todo, llevando al extremo nuestro cuerpo y nuestra mente, sin notar que el límite a estas demandas y a nuestras propias exigencias es lo que nos posibilita conectarnos con nosotros mismos, con el presente y con quiénes nos rodean de manera más genuina.

Límite significa barrera; una barrera que es necesario poner ante determinadas situaciones.

Uno de los temas más cuestionados es el del límite a los hijos.

¿Cómo poner el límite correctamente?

Y la respuesta es en realidad amplia. En principio, el límite tiene que estar, porque de no hacerlo se perjudica la formación de la personalidad de ese niño, su crecimiento y su seguridad.

La confianza en sí mismo y en otros se sostiene gracias a límites bien puestos durante la crianza. Establece un marco, un entorno seguro de entendimiento, una guía.

Sin embargo, si el límite es violento, puesto de manera ansiosa y contradictoria, el niño tenderá a rechazarlo. O en el peor de los casos lo acatará pero no sin dificultad y posibles daños.

El límite tiene que ser firme y conciso, pero no pasar nunca por la violencia, ni física, ni verbal, ni psicológica. El límite tiene que ser claro, no sujeto a condiciones, pero a la vez ejercerse en un marco de comprensión, donde haya empatía hacia lo que el niño necesita.

El niño en general, necesita de estos límites y, a su forma, los pide.

Dar todo, sin limitaciones es, al contrario de lo que muchas veces se cree, más perjudicial que beneficioso. A los niños el marco se los tiene que otorgar el adulto, ellos no saben aún hacerlo por sí solos. Y ese marco, les servirá para su desarrollo.

Todo límite correctamente implementado, limita, valga la redundancia, una conducta en un momento determinado, pero indirectamente tiene que habilitar otras posibilidades, de otras maneras y en otros contextos. Implica creatividad.

Los niños aprenden a manejarse cultural y socialmente gracias a estos límites. Así que en gran parte sus características y su autoestima van a estar también condicionados por éstos.

El contexto afectivo es muy importante para poder sostener los límites y acompañar la crianza con un acompañamiento global.

Pero más allá de los límites a los niños, los adultos deben pensar hasta qué punto son ellos capaces de ponerlos a su entorno: a las demandas laborales y/o excesivas de otros, a sus propias exigencias y autocastigos.

Muchas veces accedemos a demandas y pedidos que no nos corresponden, solamente por no enfrentarnos con el otro. La falta de límite en este sentido dificulta poder diferenciar cual es realmente el deseo propio, las ideas, los proyectos y las necesidades que nos pertenecen, confundiéndose continuamente, con ideas, deseos y proyectos de otros.

Es importante frente a esto aprender a decir NO, sin tanto remordimiento y de manera más genuina. Y concebir al límite como algo valioso en lugar de otorgarle tanta connotación negativa.

El límite es el borde que nos ayuda a formar nuestra identidad y a crecer individualmente además de mejorar el vínculo con los demás.