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Cuando cuesta pedir ayuda: Autosuficiencia.

Publicado por Lic. Maria V.

La autosuficiencia, como su término mismo lo indica, pregona que es suficiente todo lo que la persona pueda hacer por sí misma. Esto, si lo concebimos de manera amplia, incluye a personas que se pueden sustentar o abastecer a sí mismas y también a personas de un grado de autosuficiencia en el cual no pueden o les cuesta mucho trabajo pedir ayuda, y pretender hacer todo solo/as. A estos últimos casos haremos referencia en este artículo.

Las personas autosuficientes con frecuencia experimentan orgullo y gran autoexigencia, y se esfuerzan mucho por lograr hacer todo solo/as, por ser independientes y por prescindir de los demás.

La autosuficiencia puede llevar a una persona, por ejemplo, a no registrar sus necesidades, convenciéndose de que tiene todo bajo control y que no necesita de nadie más hasta el momento límite en que la realidad impone un freno. Por lo general se suele llevar hasta las últimas instancias ese convencimiento de control e independencia absoluta.

Una de las razones para que se desarrolle una actitud de autosuficiencia es posiblemente la falta de presencia emocional parental en la etapa infantil. El individuo va creciendo sintiendo que de no ser por él mismo, nada sucede. Necesitó armarse  en su momento, darse consuelo y tal vez, crecer demasiado rápido para afrontar las situaciones que se le presentaban. Estas características vinculadas a la sobreadaptación marcan, con frecuencia, el recorrido previo a la autosuficiencia en la adultez.

La persona gradualmente se convence, defensivamente, de que no necesita de nadie, porque en su momento al expresar necesidad no recibió una respuesta suficiente del entorno, y erigió en sí mismo/a la protección necesaria para no volver a sentir vulnerabilidad.

Para poder pedir ayuda se debe aceptar la vulnerabilidad. Si sentimos que podemos hacerlo todo, no soltamos el control, y nos mantenemos en esa posición sobreadaptada y exigente. No es posible resolver todo sin ayuda, vivimos en comunidad porque necesitamos del intercambio con los demás. La autosuficiencia lleva al aislamiento y a la dificultad en el trabajo en equipo.

Quien no puede pedir ayuda no logra experimentar este colaboracionismo mutuo que implica intercambiar con otras personas. Asocia el pedir ayuda con un signo de debilidad que busca ser evitado. Así lleva la presión al extremo con tal de poder cumplir con todo.

La autosuficiencia puede ser considerada una defensa frente a la sensación de vulnerabilidad y abandono. Si la persona se convence de que la ayuda y la cercanía afectiva no le importan, por ejemplo, es mucho más sencillo sostener esta defensa, y la mantiene aislada de una posible frustración.

Es importante poder distinguir la independencia y la autonomía de la autosuficiencia. Ser independiente y autónomo implica contar con herramientas para el desarrollo propio, sin necesidad de depender de otros constantemente. A medida que crecemos y luego atravesamos la adolescencia, vamos adquiriendo, en el mejor de los casos, cada vez un poco más de independencia y autonomía. Podemos diferenciarnos, ir forjando nuestra identidad y direccionando metas y proyectos. El proceso de independencia es largo y complejo, y en este vaivén siempre será necesario depender de alguien para poder hacerlo. Se tiene que confiar en la otra persona inicialmente, y recibir respuesta y apoyo de su parte para que la independencia y la autonomía sean posibles.

La autosuficiencia a la que aquí nos referimos es un mecanismo defensivo, que por el contrario, dificulta la verdadera independencia. Lleva al extremo el concepto de hacer por sí mismo/a, impidiendo poder delegar o pedir ayuda siempre que sea necesario.