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Cuando reflexionamos demasiado.

Publicado por Lic. Maria V.

La reflexión es una función muy importante en la experiencia humana. Es un logro evolutivo, aquello que en conjunción al desarrollo del lenguaje, nos diferencia de los animales. La conciencia y la reflexión sobre nosotros mismos comenzó un camino evolutivo que nos trajo hasta el día de hoy.

La humanidad, inicialmente, llevaba adelante acciones sin tener conciencia de lo que hacía. El inconsciente, los patrones automáticos heredados lideraban el panorama. Con la evolución pudimos acceder a una mayor conciencia y a la reflexión acerca de nuestras acciones, nuestro pasado y nuestro futuro.

La reflexión es, entonces, un gran logro, y aquello que puede ayudarnos en la actualidad a sobrellevar crisis y a transformar nuestra realidad. Sólo podemos cambiar lo que aceptamos y concientizamos.

Sin embargo, las sociedades modernas han desembocado en cierto abuso de la reflexión ¿Qué pasa cuando reflexionamos y pensamos excesivamente? ¿Puede eso realmente llevarnos a la solución de ciertos problemas?

El exceso en la reflexión puede llevarnos, pretendiendo llegar a la respuesta acertada,  a quedarnos en un terreno puramente racional, de ideas y palabras, perdiendo contacto con el hacer, con lo sensorial, y con otras áreas de nuestra experiencia como los sentimientos y las intuiciones.

El exceso en la reflexión nos puede llevar a sobreanalizar las situaciones, encontrando un pro y un contra para todo, y dificultando las decisiones. Enfatizar la reflexión puede ser una posición defensiva, de huida de lo material hacia el mundo de las ideas, donde todo puede quedar fácilmente en la indeterminación y en la inacción. Por eso es muy importante observar qué dimensión ocupa la reflexión en nuestra vida, y cómo equilibrarla.

Estamos en un momento en el cual la razón se valora de manera excesiva, en detrimento de la emoción, por ejemplo, o de las sensaciones corporales. Esto nos lleva a vivir unilateralmente, dejando por fuera un espectro amplio de nuestra experiencia.

Si reflexionamos demasiado, y observamos que los pensamientos forman círculos repetitivos de análisis que nunca llegan a un punto, debemos pensar en llevar nuestra problemática a otro plano. Carl Jung tiene una popular frase que dice: «A menudo las manos resolverán un misterio con el que el intelecto ha luchado en vano». A veces el hacer creativo, la intuición o el paso a la acción nos dan la respuesta que tanto buscamos.

El raciocinio se esmera en tener certidumbre, en saber y tener una respuesta para todo. Sin embargo, esto no es posible, y en muchos momentos su insistencia complica más la resolución del conflicto. La reflexión pierde sus virtudes en el exceso y la reiteración. 

Así como no es esperable volcarnos exclusivamente a lo sensorial o a lo intuitivo en menoscabo de la reflexión, tampoco es apropiado poner todo el peso en esta última.

La reflexión despliega todo su potencial si se pone en juego en interrelación con los otros modos de percibir y de elaborar lo que nos pasa. La reflexión nos permite tomar conciencia, responsabilizarnos, observar lo transitado. Necesitamos de ella para resolver convictos, pero también debemos integrar las otras funciones. De otro modo la experiencia se vuelve sesgada y se imprime demasiada energía agotando así las potencialidades de esa función.