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El Cisne Negro: un análisis psicológico posible.

Publicado por Lic. Maria V.

En artículos anteriores venimos desarrollando las vastas conexiones entre el Cine y la Psicología.

Aquí abordaremos una película que habilita a gran número de reflexiones desde este campo. Intentaremos plasmar interrogantes y lecturas desde distintos basamentos teóricos, sin el objetivo de generar una visión cerrada o completa de lo que la película nos pretende mostrar.

Es interesante observar  la relación de la protagonista (de ahora en más, Nina), con su madre.

A partir de este vínculo podemos pensar que esta madre, desde la perspectiva Winnicottiana, no es una madre Suficientemente Buena. ¿Por qué? Porque es demasiado invasiva, no ha podido vehiculizar la distancia necesaria para que su hija se constituya subjetivamente. No permite la autonomía, ni acompaña el desarrollo evolutivo de su hija.

Desde la perspectiva de Piera Aulagnier este tipo de invasión, se denomina Violencia Secundaria. Para esta autora, la Violencia Primaria es necesaria para la constitución subjetiva, es la que permite la diferenciación yo-otro.

La Violencia secundaria, sin embargo, constituye un exceso, y en lugar de ayudar a la conformación del Yo, atenta contra él. Representa una posición de poder de parte de quien la ejerce y, además, implica un goce en esta posición.

Esto puede observarse en esta madre que disfruta vistiendo y acostando a su hija como si fuera una niña. Violentando sus espacios de intimidad constantemente e impidiendo que crezca y se desarrolle.

La falta de una figura paterna, de un tercero que opere como corte de este vínculo simbiótico, dificulta aún más este proceso. La madre pretende vivir a través de su hija, quien está desempeñándose en aquello que ella no pudo hacer.

Esto se evidencia en el discurso de la madre, diciéndole a Nina que no logró triunfar por haber quedado embarazada de ella. Depositando la culpa en su hija por sus propias frustraciones y generando, a partir de esto, una constante comparación entre la carrera de Nina y la suya. Anticipando sus desgracias y temiendo (¿deseando?) que le ocurra lo mismo.

A su vez, la posibilidad del triunfo de la hija la contrastaría con su propio fracaso. De modo que ni una ni otra opción son válidas para Nina.

Aquí se pone en juego la paradoja del discurso materno, donde no hay una salida posible. Nada de lo que Nina haga va a ser aceptado por su madre (ni fracasar, ni triunfar).

En esa negación , por parte de su madre, del crecimiento de su hija, el aspecto más encubierto es su sexualidad.

A lo largo de la película, Nina debe enfrentar el gran conflicto de no poder conectarse con esa parte, sexualizada, instintiva: considerada «mala». No pudiendo darle lugar dentro de ella misma y debiendo proyectarla en la figura de Lily, que posee las características perfectas para ser depositaria de dicha proyección.

A partir de aquí, el vínculo entre Nina y Lily es un juego de opuestos, que la película logra plasmar magistralmente.

Incluso mediante los colores de su vestimenta, opone la pureza de Nina, vestida siempre de blanco y rosa claro ( pureza fomentada por su madre, que pretende mantenerla impoluta, véase la habitación, decorada como la de una niña pequeña), y la espontaneidad, seducción y naturalidad de Lily, vestida en general de colores oscuros. 

Esto es representativo del Cisne Blanco y el Negro, papeles ambos que se le demanda a Nina representar en la pieza de Ballet.

Desde la perspectiva junguiana podría pensarse que Nina no logra integrar su Sombra, proyectándola en el afuera, y llevándola al extremo de la disociación. Esa Sombra la posee, la persigue y la atormenta, desarrollándose gradualmente un delirio de persecución.

La fragilidad yoica de Nina se evidencia en el juego de espejos, viendo en el reflejo a otra, un desdoblamiento que no logra integrar en sí misma. La ruptura se ve sobre el final con el quiebre del espejo, que simbolizaría la fragmentación psíquica. 

Su Yo débil no le permite ese nivel de integración, lográndolo finalmente sólo a costa de su propia vida.