El rol del juego y el dibujo en la vida adulta.
¿Por qué es importante seguir jugando y dibujando al adentrarnos en la vida adulta? O más bien, ¿por qué dejamos de hacerlo?
En la infancia el juego y el dibujo son señales de salud. Cuando un niño no puede jugar o dibujar, se piensa que algo está ocurriendo desde el punto de vista psicológico, y, por tanto, los tratamientos se orientan a permitir que ese juego o esa expresión gráfica sucedan.
Se fomenta justamente porque se les otorga un valor esencial como modo de expresión y metabolización de los conflictos infantiles.
El dibujo y el juego son un lenguaje: Comunican, expresan y tramitan asuntos de la psiquis infantil.
Pero, si son tan importantes en la infancia, ¿por qué la adultez las erradica en gran número de casos?
En primer lugar, a medida que un niño o niña va creciendo va aprendiendo, en el mejor de los casos, a tolerar la frustración, se desarrolla la capacidad de espera, la postergación de la satisfacción y posteriormente se desarrolla la instancia psíquica del Superyó, y con ella , se instauran las reglas y normas de la sociedad en la que estamos insertos. La represión y la asimilación de mandatos son vehiculizados luego del Complejo de Edipo, siendo encarnados por esta instancia psíquica.
Gradualmente nos vamos insertando en un sistema complejo, donde todo aquello que no sea útil, va perdiendo importancia. Las responsabilidades van tomando protagonismo en detrimento del disfrute y la relajación.
Comenzamos a censurar muchos de nuestros comportamientos, pensando que nuestros dibujos no son lo suficientemente buenos y que deberíamos ir abandonando ciertos juegos. El contexto muchas veces intensifica esto con discursos y demandas.
Hay un movimiento de cambio de etapa y crecimiento que, por supuesto, es esperable y saludable.
Pero el juego y el dibujo, como expresiones, no tendrían porque no tener un lugar en la vida adulta. De hecho, podrían enriquecerla, permitiendo el despliegue creativo y ayudando a incentivarlo en todas las otras áreas: tanto en lo laboral y vocacional, como también en lo familiar: la crianza, lo vincular y lo afectivo.
El juego va mutando a lo largo de la vida, teniendo inserción de distintas formas.
El famoso «niño interior» permanece si le damos un lugar: es el que se rebela, el que busca divertirse, el que se deja llevar por la intuición, el que sabe donde se siente bien y donde no. A veces escucharlo es una gran opción.
El juego implica permitirle a ese yo infantil expresarse, hacer algo fuera de la rutina, compartir con otros, hacer cosas que hacía mucho que no hacíamos. Ese atreverse es el juego mismo.
El dibujo, la pintura, el baile, la escritura, la música, o cualquier forma de expresión artística, son formas de jugar, en tanto nos permiten confiar en nuestras potencialidades y salirnos de la mera responsabilidad.
Combinar el mundo adulto, y nuestro crecimiento personal con estas intervenciones lúdicas posibilitan una vivencia mas creativa e integrada.