Los beneficios del jugar en la vida adulta.
Ya Winnicott planteaba lo esencial del juego en la constitución subjetiva:
El juego es una acción creativa que implica el conocimiento del mundo y de uno mismo. Se establece desde el vínculo, en una relación con otros y con objetos que pasan a cumplir una función intermedia: son partes del mundo y también partes de nosotros mismos. El juego permite metabolizar, manipular la realidad, para hacerla propia, conociéndola a la vez que se le imprime un carácter subjetivo.
Para un niño o niña, el juego es un modo saludable de acceder al mundo, de vincularse y desarrollarse subjetivamente. El juego le da lugar al acto creador, y permite la construcción de la propia subjetividad. Ahora, si el juego cumple una función tan importante en la infancia, ¿por qué en la adultez, en gran medida, se pierde?
En el artículo anterior hablamos del deber y el disfrute, y la necesidad de replantear prioridades con respecto a la energía y el tiempo que invertimos en cada uno. Es pertinente entonces replantearnos, ¿jugamos?, ¿a qué jugamos y cuánto tiempo invertimos en jugar?
Cuando hablamos de jugar, por supuesto, hacemos referencia a todo tipo de intervención lúdica que se realice en el marco de la elección, el disfrute y el ocio. Está de más decir que los juegos por apuestas o por dinero, no cumplen la función del jugar. Por el contrario, en muchos casos pasan a ser un trabajo, cuando no se transforman en una adicción, problemática seria y que requiere de un tratamiento.
El juego que aquí describimos es más bien la experimentación lúdica, donde la participación del impulso creativo propio tenga verdaderamente un lugar. Los juegos simbólicos, «de inventar» historias, escenarios o personajes, son los más productivos y, paradójicamente, los menos implementados en el mundo adulto. Los juegos libres que utilizan la experimentación con garabato, dibujo, creación con modelado, pintura o cualquier tipo de actividad creativa, son también promotores del autoconocimiento y colaboran con el afianzamiento de la autoestima y de la identidad.
Este es un momento ideal para replantearnos qué lugar ocupa el juego en la vida adulta, y cómo hacer para que intervenga un poco más. No solamente porque el juego promueve la salud mental, sino porque colabora con el desarrollo saludable de los vínculos.
En tiempos de confinamiento, quizás sería interesante experimentar con el juego, darle un lugar de participación mayor en la cotidianeidad.
Se dice que donde el niño juega, el adulto crea. Entonces, pensemos a las actividades creativas en su conjunto como una forma de incorporar el juego: bailar, dibujar, cantar, tocar un instrumento, actuar. Todo aquéllo que permita la participación de la impronta propia en lo que sea que se esté llevando a cabo.
El juego como espacio de despliegue creativo, de intercambios, de expresión, de invención y de exploración. Los juegos reglados, si se está en familia o con otros, son una buena forma de afianzar vínculos y de construir espacios compartidos. Los juegos más libres donde puedan intervenir historias y escenarios construidos en conjunto, o actividades creativas varias, tanto en grupo como en soledad, cumplen la función que aquí describimos. Priorizar tipos de juego no virtuales es el desafío que se nos plantea. Juegos en donde la incidencia creativa sea más marcada.
La idea es la de replantear la función del juego, fundamentalmente dentro de la vida adulta. Aunque no haya niños en la casa, incluir alguna forma de juego es una manera de promover la salud, de potenciar y conocer propias herramientas y recursos que quizás desconocíamos.