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El valor de la Herencia.

Publicado por Lic. Maria V.

En lo que respecta a los seres humanos, debemos tener especial cuidado en la importancia que le adjudicamos a la herencia.

Es frecuente escuchar, dentro de las familias, discursos acerca de algún integrante en particular y su parecido con otro, en general mayor.

Escuchar frases del tipo de “es un calco” “es igual al abuelo” o “es igual a su madre”, son recurrentes y cotidianas.

Sin embargo, este tipo de discursos, funcionan muchas veces a modo de mandatos o sentencias, que inmovilizan a un sujeto o pretenden anticipar su destino.

Las herencias, sean estas de cualquier tipo: genéticas, históricas, psicológicas, de objetos o bienes incluso; son relativas.

Implican, en la gran mayoría de los casos, una predisposición que luego es activada o no, dependiendo de causas intrínsecas a la vida e historia puntual de ese sujeto en particular.

Más aún todavía a las herencias psicológicas se las debería ubicar en esta línea. De no ser así, podrían interpretarse de modo extremadamente literal y pasar por alto la maleabilidad del ser humano y sus posibilidades de elegir y cambiar.

La herencia, como concepto, tiene especial valor. Todos heredamos, a veces sin saberlo, características de quienes nos criaron, incluso de quienes no habiéndolos conocido dejaron un legado que se ha transmitido inconscientemente de generación en generación.

Los traumas, los secretos y las historias que están en los orígenes de una familia, nos llegan y nos transmiten su influencia. Por eso, conocer estas historias, nos permite hacer conscientes muchos hábitos, modos de ser y sentir, incluso síntomas que son familiares y que, de no ser vislumbrados como tales, creeríamos complejos o dificultades propias, cuando en realidad tienen una razón de ser y un origen que nos excede.

Las herencias culturales, por haber nacido en un país determinado, o por haber emigrado a otro, también nos significan, y muchas de nuestras conductas o vicisitudes con las que convivimos diariamente, provienen de la historia que han vivido quienes estuvieron antes que nosotros.

Como especie también tenemos herencia: transmisión de aprendizajes, de expresiones artísticas, búsquedas y símbolos que se iniciaron en tribus primitivas, y que hoy siguen encontrando su manifestación en la cotidianidad de nuestras vidas.

Sin embargo, es conociendo esta transmisión que podemos separarla de conductas automáticas y elegir con mayor libertad, qué camino queremos tomar, qué características perpetuar y cuáles no.

Es muy importante distinguir, una influencia o una historia de un determinismo. Lugar este último que impide cualquier movimiento posible y que nos atrapa en la oscuridad de un destino preestablecido.

Es interesante pensarlo también mediante la herencia de objetos. Las herencias, como modo de transmisión de generaciones previas a las presentes y las venideras tienen la característica de ser un modo de trascender.

Trasciende a las personas individuales y a un época en particular para transformarse en un mensaje, en un símbolo y en un recuerdo, que debería impulsarnos a poner en valor el recorrido de aquellos que estuvieron antes para poder redirigir el nuestro.

Siguiendo esta conceptualización, no cualquier objeto heredado toma esta simbolización, sino que ese valor debe ser otorgado por quien lo recibe. Así, quien lo recibe, lo elige. Debe aceptar esa transmisión, conociendo lo que significa y otorgándole el valor de herencia.

Si no ocurre esto, eso que se recibe a modo de herencia, debería dejarse ir o devolverse. Porque eso puede ser símbolo de algo que no elegimos como parte de nuestra vida y del camino que queremos emprender.

Hay muchas herencias que se producen sin que podamos ser conscientes y, en el mejor de los casos, enterarnos de ello nos permite protestar o aceptar.

Las herencias deben dejar lugar a la construcción de lo propio. Cuando lo que se hereda es excesivo, no nos deja lugar para nuevas creaciones y decisiones. Por eso, lo que recibamos tiene que ser elegido.

Sino, más que herencia se transforma en una traspaso literal de una generación a otra de mandatos, discursos, objetos y valores, sin tomar en cuenta a ese sujeto y su capacidad de cambiar y decidir.