Frustración, ¿por qué ocurre?
Para entender la frustración primero tenemos que saber que es inevitable. La única respuesta que nos permite manejarla es poder tolerarla, en mayor o en menor medida, y poder equilibrar las expectativas y el esfuerzo que invertimos en lo que hacemos.
Si las expectativas son muy altas, pero hay poco trabajo, responsabilidad o compromiso, sin duda habrá frustración. Idealizar las consecuencias es uno de los factores más frecuentes que llevan a la frustración recurrente. Hay demasiada expectativa puesta en el futuro, al cual, no podemos controlar. De modo que manejar la frustración tiene mucho que ver con aceptar aquello que escapa a nuestro control.
Siendo niños y niñas vamos gradualmente aprendiendo que la realidad no obedece a nuestras demandas. Este es un interjuego que debe posibilitar la madre o el/la cuidador/a principal.
Si la madre está siempre anticipando las demandas del niño o niña, no hay espacio para la frustración ni tampoco para el pedido. La frustración se aprende a tolerar gradualmente en la medida en que quien está a cargo de los cuidados pueda ir anteponiendo una distancia, la Desilusión en términos de Winnicott, para que el/la bebé acepte que la realidad no se acomoda a sus necesidades, ayudando a abandonar gradualmente la omnipotencia.
Este es un tema complejo y que sólo mencionaré a grandes rasgos. Es importante recalcar que esa desilusión debe ser gradual y en consonancia con el crecimiento del bebé y el incremento de su nivel de tolerancia.
Según Winnicott la desilusión es esperable que ocurra pero sólo con posterioridad a la Ilusión, durante la cual quien esté a cargo del cuidado debe estar a disposición del infante, esencialmente en los primeros momentos de vida, cuando la dependencia es absoluta.
Si un niño/a crece recibiendo todo lo que pide, a veces incluso antes de pedirlo, esto dificulta enormemente el desarrollo de su tolerancia a la frustración. Y probablemente le implique dificultades posteriormente.
Desde la crianza, hay que poder contener y acompañar en momentos de frustración, ayudando a comprender que eso es algo que eventualmente va a ocurrir y brindando herramientas para poder sobrellevarla.
En la vida adulta la frustración se presenta irremediablemente. A veces tenemos la esperanza de que ocurra tal o cual cosa, y no sale como lo planeábamos: Confiamos en quien nos desilusiona, invertimos tiempo y dinero en emprendimientos que no prosperan, proyectamos una vida junto a una pareja y termina en separación. La vida misma nos presenta constantemente frustraciones. Sin embargo, es importante poder aceptar que no manejamos las consecuencias e incluso que esos cambios muchas veces son necesarios y son los que nos permiten reconducirnos hacia otro lugar y replantearnos lo que realmente queremos.
Las frustraciones, entonces, ocurren precisamente porque la realidad y el mundo no responden invariable y necesariamente a nuestras demandas. Habrá momentos en que lo esperado sucederá y otros en los que no, y es parte de vivir poder atravesar ambas instancias.
Tolerar la frustración es sumamente importante para poder crecer, desarrollarnos, o aceptar el fin de una etapa y el comienzo de otra. Es lo que permite aceptar y vivir los procesos, el paso a paso de cada proyecto, en lugar de esperar el resultado mágicamente.
A veces por evitar la frustración evitamos apostar por lo que queremos, asumir riesgos, emprender o construir proyectos. No podemos evitar la frustración permanentemente. Aprender a convivir con ella ayudará a que sus impactos sean menos arrasadores, y que, en lugar de destruirnos nos aporte información útil para intentarlo la próxima vez.