Infidelidad de los Padres
Según estudios psicológicos recientes realizados por profesionales dedicados al tratamiento de niños y adolescentes, se ha comprobado que es mucho más negativo para los hijos vivir la infidelidad de los padres, que su divorcio.
Estadísticas realizadas con mil familias demostraron que el 58% de las parejas no se separan aunque hayan sido infieles, pero sin embargo, esta actitud afecta más a sus hijos que si se divorciaran.
En estos casos, los niños suelen identificarse con uno de los progenitores, ya sea con el que traiciona al otro porque considera que de algún modo su forma de relación lo provocó, o con el traicionado que piensan no lo merecía. De un modo u otro viven esa circunstancia en forma personal como si fuera propia y fuera él mismo el que cometió la falta o el ofendido.
Estos chicos se sienten ellos mismos defraudados o culpables de esta situación y aprenden a tener una idea distorsionada del matrimonio, como un compromiso que no implica lealtad ni afecto, sino que solo representa una relación contractual que puede transgredirse según la conveniencia de cada uno y sin tener en cuenta el daño que puede producirle a los demás.
Cuando estos niños crecen, pueden tener problemas de toda índole con sus respectivas parejas, ser incapaces de establecer vínculos estables y no respetar a sus parejas ni mantener sus propias decisiones.
Les costará ser leal no sólo con sus parejas, sino también con sus amigos y clientes, porque las actitudes de los padres será la base de su código de valores y el único criterio de verdad que se sentirán animados a respetar.
Los hijos adolescentes suelen tener un alto sentido de la justicia y no pueden entender que uno de sus progenitores pueda ser infiel y al mismo tiempo seguir estando casado.
Aunque el divorcio también suele ser devastador para los hijos, porque los condiciona y los afecta de todas formas al obligarlos la mayoría de las veces a cambiar su forma de vida, repartiendo sus vidas entre ambos padres, a cambiar de domicilio, de escuelas, de amigos y muchas veces hasta de status social y situación económica; las estadísticas afirman que el divorcio es menos movilizador para los niños y los jóvenes cuando los padres enfrentan los problemas y no se mienten.
Los divorcios hoy en día son más comunes que en otras épocas, cuando era frecuente que las personas casadas se permitieran un mayor grado de hipocresía en la sociedad, para guardar las apariencias.
La magnitud de las grandes ciudades y el anonimato brinda una mayor oportunidad de ejercer el libre albedrío sin el peso del “qué dirán” y atreverse a disolver uniones y vincularse nuevamente tantas veces como los protagonistas estén dispuestos a establecer, sin tener en cuenta muchas veces los problemas que esto acarrea.
Pero cuando se instala la infidelidad en una pareja y es tolerada y a veces hasta aceptada por el otro, los niños aprenden a relativizar los valores y trasladarán ese aprendizaje a las demás áreas de su vida.
Creerán que robar puede no ser tan malo porque depende de las circunstancias y mentir, engañar y traicionar tampoco, y tratarán de justificarse con el dudoso recurso de que nadie es perfecto y que a veces se justifica ser desleal para no parecer estúpido.
Las parejas suelen atravesar muchas crisis que son comunes a todos en cada etapa de la existencia y la infidelidad por lo general, suele ser un recurso inmaduro que intenta detener el tiempo y postergar la madurez.
Puede que a veces sea saludable disolver una unión por cuestiones imposibles de resolver, pero para comenzar una nueva relación primero hay que terminar la anterior sin dejar un tendal de personas heridas.
Actuar en forma madura significa ver las cosas desde una perspectiva más alta porque los problemas siempre se resuelven desde un nivel más elevado de entendimiento, para en este caso encontrar nuevas formas de encarar el desarrollo natural de la vida, sin afectar a las relaciones personales cayendo en viejas fórmulas.