La Infidelidad
¿Qué se gana y que se pierde en realidad, con la infidelidad?
El diccionario nos dice que la fidelidad es sinónimo de lealtad, o sea el sentimiento o la palabra que uno debe al otro.
La lealtad es el compromiso moral en el actuar que proporciona una imagen de nosotros mismos y que genera confianza en los demás.
La moral es una facultad del espíritu que se refleja en la vida cotidiana. En sentido estricto es el conjunto de reglas o normas por las que se rige una persona en relación con Dios, con la sociedad y consigo mismo.
La moral se relaciona con la libertad y abarca la acción del hombre en todas sus circunstancias vitales.
La moral de una persona en particular está mucho más allá de las leyes, siendo éstas la expresión de una moral colectiva producto del consenso.
La moral personal se trata de un mandato interno, una decisión consciente y voluntaria que el hombre, como ser libre, diferente de los animales que viven en un mundo cerrado por sus instintos, decide respetar.
La moral no puede ser relativa a las circunstancias, no cambia, siempre es la misma, porque tiene características universales.
El acto correcto para una persona trasciende el concepto dualista del bien y del mal y se relaciona estrictamente con los valores relativos y los absolutos.
El valor relativo es todo aquello que orienta y motiva en el mundo sensible, se refiere a la obtención de cosas materiales o de los placeres, pero valor es también desde el punto de vista clásico la idea del bien o de lo que es bueno en forma universal, teniendo en cuenta la parte esencial de la vida que no se puede ver con los ojos sino que sólo se percibe con el espíritu.
La batalla entre valores relativos y absolutos es la tragedia humana, y el hombre está condenado a elegir su destino cada minuto de su existencia.
Una persona me escribe relatándome su situación puntual. Es una mujer casada que es feliz en su matrimonio. Su esposo es una excelente persona, buen padre, buen hijo y buen marido, pero entre ellos se acabó la pasión luego de diez años de estar juntos.
Ella conoce a un hombre en el trabajo que le gusta y se insinúa abiertamente. Él se presta a la relación sin tomar ninguna iniciativa, sólo dejándose llevar.
Ella se da cuenta que es la que empezó todo y si desea continuarlo deberá ser siempre la que sostenga esa relación, que por ahora no desea que termine tan pronto.
Me pregunta entonces qué debe hacer.
Nadie tiene la autoridad suficiente para decirle a otro qué tiene que hacer, porque estamos todos obligados a elegir nuestro propio destino; y si como en este caso alguien pide que lo ayuden en su decisión también está eligiendo al consejero.
Es justamente en estos momentos de indecisión cuando una persona se tiene que enfrentar con sus propios valores, tanto con los relativos, o sea aquellos que la orientan y motivan en la vida y con los absolutos que no cambian y que se relacionan con el espíritu y la paz interior.
Porque somos nuestros valores y la personalidad es una estructura cuyo eje son los valores.
Si se deciden conductas contrarias a los propios valores, la consecuencia es el comienzo de la batalla con uno mismo y el fin de la paz interior.
Donde hubo fuego cenizas quedan y la pasión se puede recuperar, porque la intención es la fuerza más poderosa para hacer que los deseos se hagan realidad.
El matrimonio tiene mesetas que hay que tener la valentía de atravesar sin caer en ningún precipicio, porque los errores se pagan con sufrimiento.
Todas las parejas pasan por esas etapas y está en cada uno saber vivirlas con inteligencia sin buscar soluciones fáciles que pueden terminar en tragedias.
Muchos buscan en el sexo calmar la angustia que les produce el aburrimiento. Pero esa angustia existencial sólo se cura con crecimiento y desarrollo personal.
El problema es que es nuestra propia conciencia es la que busca la reparación de los errores y nosotros mismos somos los jueces más severos.
Además no hay que olvidarse que nuestros hijos nos están mirando y la felicidad de ellos es lo más importante.