La envidia que marca el camino.
Como mencionamos anteriormente en relación a las emociones, es interesante analizarlas en su valor de señal o mensaje.
Frecuentemente escuchamos juicios y prejuicios entorno a la expresión de ciertas emociones, en especial aquellas consideradas negativas, como la tristeza, el miedo, el enojo, y la que aquí nos ocupa: la envidia.
Todas las emociones cumplen una función necesaria. Intentar ocultarlas o pretender que no existen es una manera de bloquear una parte nuestra que está buscando manifestarse.
«No tengas miedo», «No llores», «¡Qué envidioso/a! son frases que expresan socialmente la cualidad peyorativa que se le asigna a ciertas emociones.
El mundo emocional sucede más allá de nuestra voluntad. No podemos censurar o exigirnos una u otra emoción. De hecho, reprimiéndolas las estamos potenciando en sus aspectos más sombríos, porque no encuentran lugar como la señal que son, y terminan degradándose y constituyendo círculos viciosos difíciles de resolver.
Una vez más la propuesta, frente a la envidia, es observarla como un mensaje y poder reconocerla, porque nos va a proporcionar mucha información acerca de nuestros deseos y de cómo nos sentimos frente a ellos.
La envidia marca la dirección del deseo. Nos produce envidia observar que otro ha logrado aquello que siempre quisimos pero que no pudimos o no nos creemos capaces de lograr.
Como dice Norberto Levy, la envidia marca un contraste, un contraste en el que nos ubicamos en inferioridad de condiciones frente al otro.
Si buscamos anular la envidia o negar que la experimentamos, nos perdemos la oportunidad de ubicar qué es eso que realmente queremos y que no estamos pudiendo conseguir. Nos ubica en relación a un deseo insatisfecho y esto es un inicio para preguntarnos acerca del porqué de ese proyecto u objetivo que ha quedado trunco.
Esta posibilidad que habilita el reconocimiento de la envidia, es, en general, evitada. Es anulada por considerar que no deberíamos sentirla o incluso llegamos a negar absolutamente su manifestación.
Por lo general, la envidia se enmascara transformándola en enojo o irritación justificada frente a la acción soberbia o engreída de quien habla de sus logros. No quita que haya muchas personas que buscan provocar admiración y envidia en los demás de modo recurrente. Pero es frecuentemente éste el único factor que se observa o en el que se hace hincapié en situaciones de este tipo.
Detectar qué nos produce envidia nos permite observar a esta emoción como una gran señal que nos conduce al deseo y al encuentro o reencuentro de proyectos personales que son importantes para nosotros.
Este es el desarrollo de la bien llamada “envidia sana” que no representa el despliegue de agresión o círculos viciosos nocivos en el vínculo con el otro. Este último tipo de envidia sí es perjudicial, porque va generando un camino de descargas agresivas hacia el otro que impiden la concientización de los propios aspectos en juego.
La envidia es el camino hacia el deseo paralizado, hacia la falta de movilidad o de puesta en juego del deseo en nuestra vida. Nos vuelve a conectar con proyectos olvidados, cancelados, postergados eternamente… y este descubrimiento tiene gran valor.
Solemos anular estas emociones porque es más difícil enfrentarnos con lo que nos pasa que juzgar o criticar al otro. Pero si indagamos y nos atrevemos a mirar nuestra implicancia en el asunto, podremos descubrir nuevos aspectos propios y tomar nuevas decisiones.