Mediación: en busca de la concordia
Cuántas veces hemos tenido un conflicto con algún familiar, amigo o compañero de trabajo y ha aparecido una persona para poner cordura, sensatez y paz entre nosotros. A su vez, seguramente has actuado tú mismo de árbitro en una riña. La idiosincrasia propia del conflicto involucra emociones que alcanzan niveles extremos, llegando a nublar la razón. Por eso, siempre es más productivo de cara a resolver la cuestión, que alguien, lo más imparcial posible, oriente la discusión hacia buen puerto.
Así, aunque no seas un mediador profesional, las siguiente información te puede resultar útil para aplicarla con mayor eficacia cuando se presente el momento. Créeme cuando te digo que ésto ocurrirá antes de lo que piensas.
El secreto de una buena mediación es no decidir. El objetivo principal es llegar a un acuerdo entre las partes implicadas pero sin descuidar el manejo de las emociones. Procurar que el flujo de comunicación sea fluido y fecundo para que ambas partes puedan comprender el punto de vista del otro, aun cuando no sea compartido.
Alcanzar un consenso, un acuerdo, con el que las dos partes se sientan conformes, es el reto principal de una mediación. Normalmente, se considera muy aconsejable que cada cual asuma y se responsabilice de su parte de culpa, ya sea por acción u omisión.
Si bien la mediación suele ayudar a solucionar cualquier enfrentamiento, no es menos cierto que las partes han de estar receptivas ante la misma. Es decir, es un proceso que requiere una participación voluntaria en la que se debe tener una actitud abierta al diálogo. Por tanto, si la situación implica una gran intensidad emocional, será mejor posponer su resolución poniendo espacio y tiempo de por medio, de manera que las partes estabilicen sus emociones permitiendo, así, que la capacidad de razonar no se vea obstaculizada.
La actitud del mediador también es un factor determinante para el éxito de la causa. Debe transmitir (por lo tanto, demostrar) equidad, imparcialidad que le hará ser considerado como competente, adquiriendo una credibilidad necesaria para que puedan confiar en él. La perspectiva que da no estar implicado emocionalmente en un conflicto proporciona ciertas ventajas y amplía los puntos de vista de las circunstancias que lo rodean. Se debe, pues, sacar el máximo partido a este hecho, en beneficio de una óptima conciliación.
El autocontrol, la serenidad, la objetividad, la capacidad de síntesis son otras características propias de un buen mediador. Si, además, es creativo, asegurará el despliegue de un abanico repleto de alternativas en forma de soluciones.
Los ámbitos de aplicación son tan diversos y variados como el familiar, el laboral, el escolar, o el judicial. Dada la importancia de esta labor, la formación del profesional de la mediación ha de ser exhaustiva y tendrá que dedicar tiempo a entrenar las habilidades requeridas para el correcto desempeño.
No obstante, la vida diaria nos empuja, en ocasiones, a interceder entre personas con las que no podemos ser imparciales por la relación personal que nos une. También en estas coyunturas, habremos de intentar aplicar las reglas de la buena mediación, ahora que nos han sido reveladas.