Pérdida y tristeza.
¿Por qué nos sentimos tristes?
La tristeza es una emoción que se relaciona con la pérdida. Es un estado que se desarrolla en tanto dejamos de vivenciar nuestra realidad como era previamente. La pérdida puede ser de una persona, de algo material, de un hábito o de cierta estructura que teníamos anteriormente.
Las pérdidas nos confrontan con el vacío, con la sensación de falta y también con el cambio. Cuando perdemos algo que creíamos consolidado o propio, se produce una herida narcisista, que muchas veces es difícil de sobrellevar.
Los seres humanos creamos hábitos y rutinas para sentirnos estables y seguros. Conformamos redes y entramados sociales, donde cada persona ocupa un rol, que favorece nuestra sensación de estabilidad, incluso aunque algunas de esas personas puedan ser dañinas. Están ahí porque son funcionales al sistema que la persona crea.
Pensándolo desde el punto de vista sistémico, la pérdida nos enfrenta a una alteración de ese relativo equilibrio. Una persona o un hábito que se pierde, genera un efecto en la totalidad de nuestro sistema, alterándolo.
La respuesta ante esa pérdida suele ser la tristeza. Hay una realidad que transcurría previamente que ahora se ha modificado; mediante la tristeza duelamos la pérdida de eso que se ha ido.
La tristeza como tal es una emoción que es mayormente rechazada en nuestra cultura. Anteriormente, junto a la mayor prevalencia de ritos de despedida y de pasaje, la tristeza estaba más admitida. Era esperable y respetada en determinadas situaciones. Aún hoy, en los velorios, por ejemplo, se pone en juego un ritual que habilita la tristeza.
Sin embargo, como resabio de muchos modos de crianza, hemos aprendido que la tristeza es símbolo de debilidad. Frecuentemente las lágrimas han sido negadas o ridiculizadas, y muchas personas crecen con la idea de que llorar es incómodo, muestra vulnerabilidad y no debería ocurrir. Respecto a esto hay un sesgo de género en la educación: las mujeres estarían más habilitadas para llorar que los hombres.
Afortunadamente estos aspectos están siendo cuestionados, y nuevos discursos nos ayudan a recuperar la igualdad, y a ver a esta emoción como válida y digna de ser expresada.
La tristeza, el llanto y la angustia, nos permiten duelar lo que se ha ido, y tenemos que darle un lugar. No hay manera de procesar la pérdida si no aceptamos esta emoción, y si no le permitimos que tenga su lugar durante un período de tiempo.
Dependiendo de la magnitud de la pérdida, el despliegue de tristeza será mayor o menor.
En el caso en que la tristeza sea crónica o sea desproporcionada al evento que la ocasionó y perdure en el tiempo, deberá considerarse una consulta profesional.
Es muy relativo y subjetivo aquello que nos produce tristeza, y en esa particularidad radica la multiplicidad de escenarios posibles.
La tristeza permite transitar la pérdida, liberar tensiones asociadas a esa pérdida, e ir preparando el camino hacia la recuperación.
En el proceso de duelo se dan las condiciones para la creación de una nueva realidad, aceptando esa falta y construyendo un nuevo armado que nos permita salir fortalecidos.