¿Qué aprender de los niños?
Los adultos suelen enfocarse más en cómo educar, qué transmitir, qué enseñar a los niños, tanto en el ámbito familiar como en el educativo. Pero a veces se pasan por alto todas las cosas que ellos tienen para enseñarnos, que son muchas.
Si bien es necesario guiarlos, ayudarles a reconocer y comunicar sus emociones, a controlar sus impulsos o a tolerar la frustración, los niños tienen de manera innata muchos recursos que en la vida adulta se van perdiendo en la gran mayoría de los casos y que son los que nos ayudarían a resolver muchos de los problemas con los que lidiamos cotidianamente: entre ellos el estrés y la ansiedad.
A continuación voy a enumerar los que considero más relevantes, para ayudar quizás a despertarlos en quien sea que los esté leyendo. Son rasgos que todos tuvimos en algún momento, así que pueden recuperarse con algo de intención.
Curiosidad:
La curiosidad nos permite explorar lo nuevo, seguir ese impulso o motivación por conocer lo que está más allá de nuestro alcance. Los adultos a veces creemos que ya sabemos todo, o que no hay nada demasiado interesante por fuera de nuestra óptica, y nos perdemos, no solamente de aprender muchas cosas, sino también de la energía que la curiosidad enciende, que es el combustible me muchísimos proyectos y recorridos.
Capacidad de asombro:
Además de la curiosidad, los niños se asombran en el encuentro con lo nuevo. El asombro nos hace estar en conexión con lo maravilloso del mundo en el que vivimos, la naturaleza y todo aquello que no controlamos y que se manifiesta tan frecuentemente de manera inesperada. Esto, además, habilita cambios en nosotros mismos y ayuda a desplegar la creatividad.
Juego:
La capacidad de crear un juego con cualquier objeto y situación es también un recurso no solamente lúdico sino también terapéutico. Nos da la capacidad de pensar en nuevas alternativas, nos ofrece distintos modos para resolver conflictos o para encontrar ideas e iniciativas nuevas. Además ayuda en el manejo de la ansiedad y el estrés ofreciendo momentos de dispersión.
Además, el juego es una forma de aprendizaje activo. Los niños aprenden sobre el mundo y cómo interactuar con él a través del juego. Aprenden a resolver problemas, a trabajar en equipo, a negociar y a adaptarse a nuevas situaciones. Como adultos, podemos aprender de su enfoque lúdico y aplicarlo a nuestras propias vidas, ya sea en el trabajo, en nuestras relaciones o en la resolución de problemas.
No atención al reloj o al paso del tiempo:
Los niños puede estar jugando horas sin detectar si es momento de comer o de dormir. Estos son plazos que los adultos les marcan, y que, por supuesto, es importante que lo hagan. Sin embargo, la capacidad infantil de discurrir sin la atención constante al tiempo y al reloj, tan apremiante en nuestra época actual, es interesante de revalorizar y recuperar, porque nos ayuda a llevar ritmos más coherentes con nuestros ciclos corporales, con la naturaleza y con nuestros impulsos creativos.
Espontaneidad:
Este es uno de los aspectos más difíciles de desarrollar en la vida adulta. A veces está todo demasiado programado, y hay muchos prejuicios sobre lo que se puede o no hacer. La espontaneidad nos permite expresarnos más libremente y salirnos por un momento de los roles y estructuras que socialmente nos condicionan.
Sinceridad y no atención al «qué dirán»: Este aspecto, relacionado con el anterior, radica en la enorme expectativa que en el mundo adulto se le otorga a la imagen y a la opinión o juicio por parte de otros. Esto impide a veces la sinceridad y transforma los vínculos en pantomimas, perdiéndose el carácter auténtico, lo que nos lleva directamente al siguiente punto.
Autenticidad: Los niños son como ellos mismos y no se lo cuestionan. No hay mayor autenticidad que un niño, y eso es lo que hace que nos transmitan la frescura y energía que difícilmente se encuentra en el mundo adulto. Nos pueden enseñar a aceptar lo que somos y ayudarnos a integrar las partes de nosotros mismos que a veces preferimos ocultar o rechazar.
Además, los niños tienen una capacidad innata para la empatía. Son capaces de sentir y entender las emociones de los demás, y a menudo responden con una auténtica preocupación y cuidado. Esta habilidad para conectarse con los demás en un nivel emocional es algo que a menudo se pierde en la adultez, pero es esencial para construir relaciones fuertes y saludables.
Los niños y niñas tienen mucho para enseñarnos, y desplegando sus herramientas podremos sobrellevar muchos de los conflictos de la época actual más saludablemente. Así que la próxima vez que estés con un niño, en lugar de pensar en lo que puedes enseñarle, intenta ver qué puedes aprender de él. Te sorprenderás de cuánto pueden enseñarnos estos pequeños maestros.