Si nosotros gritamos, ellos gritarán
Cuando nos enfrentamos a la tarea de educar, es muy difícil mantener la calma en todo momento. La paciencia nos abandona en ocasiones y llegamos a perder los nervios, dejándonos llevar por la impaciencia o la frustración, perdiendo el control de la situación. Entonces, reaccionamos a gritos.
Es muy fácil y cómodo caer bajo sus redes. Incluso hay quien lo emplea de forma automática repitiendo patrones de sus propios padres, aun cuando no se sienten bien haciéndolo porque saben las secuelas que pueden dejar al haberlo experimentado. Los efectos que nuestros gritos ejercen sobre los niños son frecuentemente subestimados. Un niño sometido a gritos constantes suele manifestar estrés, tristeza, concentración deficiente o baja motivación, lo que se traduce en una exhibición de conductas disruptivas tanto a nivel familiar como escolar o social.
Con el fin de frenar la impulsividad de gritar, damos a conocer unas indicaciones sencillas.
- Ponte en su lugar: nos olvidamos muy rápido de que un día fuimos niños que buscaban cualquier excusa para ponerse a jugar y disfrutar. Los niños tienen una concepción de la vida Y del mundo muy distinta a la de los adultos, por lo tanto, Su manera de actuar será diferente a la nuestra.
- Dale una vuelta a la situación: reflexiona sobre si la situación planteada es tan grave como para tener que echar mano de un grito. Considera la posibilidad de buscar una solución en lugar de perder el tiempo Generando angustia, Lo cual sólo te llevará a hacer un conflicto del conflicto, llegando a un callejón sin salida.
- Deja que se explique: dale la oportunidad de que exprese su visión. Lo más probable es que sea sincero cuando muestras atención. Además, esta estrategia te ayudará a conocer más al niño puesto que la información que recibirás vendrá de varias fuentes como el comportamiento no verbal, su expresión verbal, su percepción.
- Pide perdón: cuando analices esta situación y creas que el agravio no ha sido tan intenso como para haberle gritado, no dudes en acudir al niño en busca de perdón. Te convertirá en un ejemplo y así será más fácil que él te pida perdón cuando sea preciso.
- Fomenta la comunicación: ya sea en el entorno familiar o escolar, impulsar la comunicación recíproca mediante la promoción de actividades conjuntas que precisen de cooperación y colaboración, mejorará el ambiente y afianzará los vínculos afectivos lo cual redunda en la disminución de conflictos.
Por otra parte, es cierto que puntualmente un levantamiento de voz provoca una respuesta rápida y efectiva cuando queremos llamar atención el niño o que nos obedezca tras algunos intentos fallidos. Es un recurso sencillo y rápido de utilizar pero también es difícil de erradicar una vez se instala en la rutina diaria. Además, los beneficios a largo plazo disminuyen exponencialmente hasta desaparecer. Sobre todo, cuando sientas que la situación empieza a sobrepasarte y que estás a punto de decir cosas de las que luego te arrepentirás, echa el freno de mano y no sigas. En consecuencia, es nuestra responsabilidad buscar estrategias alternativas para educar con autoridad pero sin ser autoritarios.