Complejidad del autismo y el paradigma simplificador
En 1943, Leo Kanner aisló el autismo infantil como un cuadro clínico. Desde ese momento, hay muchas ofertas terapéuticas para abordarlo, pero siempre estuvieron relacionadas con una conceptualización teórica particular de referencia, y una toma de posición respecto de su etiología.
A lo largo de las últimas décadas, esas ofertas terapéuticas podemos decir que se fueron multiplicando, viéndose alteradas las propuestas iniciales de aquellos tiempos, como efecto del avance vertiginoso que se produjo a nivel socio-político-económico típico del mundo global.
En los países desarrollados se fue centralizando la legitimación del saber al respecto, sobre todo sobre la influencia del afán clasificatorio que nos atraviesa en esta época, y que nos llega de América del Norte. Esta ha dejado sus marcas y sus efectos en lo que se refiere a la conceptualización, tratamiento y clasificación del autismo infantil. De este modo amparándose en estadísticas que supuestamente miden la eficacia de los tratamientos (adaptación y normalización al entorno que se pretende del niño autista, mediando terapéuticas relacionadas al aprendizaje de «conductas normales») se ha promovido la cristalización de las teorías cognitivo-conductuales como si fuera la única manera de abordar esta patología, teniendo en cuenta los protocolos que propone el discurso científico (diría más bien «pseudo-científico»)
Edgar Morin, en «La inteligencia ciega» plantea que el conocimiento funciona mediante selección de datos significativos, y rechazo de datos no significativos, distinguiendo, separando o desarticulando, o bien uniendo, asociando identificando, jerarquizando (qué es lo principal y qué es lo secundario) y centralizando. Dichas operaciones que plantea este autor son comandados por principios organizativos del pensamiento, o lo que llamamos «paradigmas».
Lo que Marita Manzotti nos advierte en el texto del que me estoy sirviendo (ver fuente) es que es importante estar atentos a cómo bajo el imperio de los principios de «disyunción, reducción y abstracción» presentes en la articulación de los desarrollos neurocientíficos, y con las clasificaciones de los manuales de psiquiatría (especialmente el DSM) tanto como los avances farmacológicos, se sostiene lo que Morin plantea como el paradigma de la simplificación, cuyo efecto más evidente es anular la complejidad que plantea el autismo, como así también la oferta terapéutica que se le hace a cada niño autista y a su familia.
Tanto la psiquiatría como la psicología quedan ubicadas en este paradigma; siendo evidente que el autista queda atrapado en una posición de autómata o conductista, al que la adecuación a las normas y la pedagogía intentan asimilar lo más posible a lo que se considera (según el paradigma de la época) «normal».
Los desarrollos del psicoanálisis de orientación lacaniana intentan operar una reintroducción en el campo científico la complejidad de la posición del niño autista. Aquello que la ciencia actual decide forcluir, lo más singular del sujeto, excluye de este modo la presencia del sujeto autista, articulada a la posibilidad de producción única, subjetiva, que cada niño, en tanto sujeto, porta.
FUENTE: MANZOTTI, MARITA. CLÍNICA DEL AUTISMO INFANTIL. EL ANALISTA EN LA SORPRESA. EN «PSICOANÁLISIS CON NIÑOS. LOS FUNDAMENTOS DE LA PRÁCTICA» ED. GRAMA