El «sentimiento oceánico»
Freud intenta, mediante una especie de juego, representar la vida psíquica comparándola con una ciudad, esta vez habla de Roma, la Ciudad Eterna.
Y mediante una serie de esfuerzos, termina diciendo que no tiene sentido seguir con este juego porque al pretender hacer una representación espacial de la sucesión histórica, solo es posible mediante una yuxtaposición en el espacio -cuestión imposible debido a que el espacio no admite dos contenidos diferentes.
Que esta imposibilidad de continuar con esta fantasía solo nos demuestra la misma imposibilidad en el intento de representar descriptivamente lo que él llama la vida psíquica.
Respecto de la comparación del pasado de una ciudad, con el pasado de la vida anímica, tiene que ver con que lo pasado se puede conservar totalmente, al igual que en la vida psíquica, si no se han sufrido daños.
Freud termina conformándose con decir que puede ser que lo pasado subsista en la vida anímica, que «no necesariamente» esté destinado a la destrucción. Que si bien es posible, no podemos saberlo con certeza.
Más bien propone que nos atengamos a la conclusión de que la vida anímica conlleva en sí misma la conservación del pasado, que eso es una regla, y no una excepción.
Es así que, retomando la carta de Romain Roilland, considera que ese tal «sentimiento oceánico» está presente en muchos seres humanos, en una fase primitiva del yo. Y así se abre para él una nueva pregunta, que nos transmite: cómo está fundamentado ese sentimiento oceánico como origen de las necesidades religiosas.
Freud considera en este punto que no parece estar muy fundamentada esa pretensión, en tanto los sentimientos solamente son fuentes de energía solo si conjuntamente expresa una necesidad. Y agrega, que en lo que atañe a las «necesidades religiosas», sin duda derivan del desamparo infantil y de la «nostalgia por el padre» que ese desamparo provoca.
Con esta aseveración, dice Freud, ese «sentimiento oceánico» pasa a un segundo plano en la cuestión, cuya tendencia podría ser restablecer el narcisismo sin límites.
El origen de la actitud religiosa puede entonces enlazarse a aquel desamparo infantil; es más, dice Freud, puede ser que tal actitud no sea más que un velo, que oculte otras cuestiones…
Para Freud, ese «sentimiento oceánico» que le presenta Romain Roilland, está asociado con la idea de «ser-uno-con-el todo», una manera de rechazar el peligro que el yo percibe del exterior.
Y Freud termina confesando que le resulta muy dificil maniobrar con cuestiones tan intangibles, que corresponden más, si se quiere, al campo de lo místico.
Freud dice que en ese trabajo que le había enviado a Roamin Roilland, «El porvenir de una ilusión», lejos de querer abordar las fuentes del sentido religioso, estaba más bien referido a lo que el «hombre común» concibe como su propia religión: el Padre. Un Padre grandioso, que es capaz de entender, de tener compasión y misericordia, que puede aceptar sus ruegos y sus arrepentimientos.
Esta idea le parece a Freud tan infantil, tan inadecuado a la realidad, que nos lleva a la idea que ningún mortal puede estar a la altura.
Y propone volver al «hombre común», desarrollo que continuaré el siguiente post.
FUENTE: FREUD, S. «El malestar en la cultura»