Superyó y cultura
He venido dando algunas pinceladas en relación a la génesis del superyó, a la articulación entre pulsión y amor, a las consideraciones freudianas sobre el superyó femenino y el superyó masculino; los reordenamientos que se producen en la teoría psicoanalítica a partir del concepto, con Lacan, de Goce, y había terminado este pequeño recorrido con la cuestión de las exigencias del superyó, en cuanto a la renuncia pulsional. Pero también habíamos dejado para hoy la cuestión de esta paradoja en el superyó que marca un circuito circular: el superyó ordena renunciar a las pulsiones, y como consecuencia hay mayor exigencia aún.
¿Por qué se produce este reforzamiento? Se pregunta J-A Miller en su «Conferencias Porteñas»?
Pues bien, una posible respuesta es la que ya había adelantado, una respuesta freudiana, que es que el destino vendía a ser un sustituto paterno. Pero Freud no se contenta con esta respuesta, porque ¿cómo puede explicarse el hecho de que se renuncia cada vez más, y cada vez más (en el ejemplo de la niña que comía el dulce de leche de la nevera, que no como ni el dulce de leche ni nada de nada) y a la vez, a medida que más se renuncia, hay más exigencia aún? ¿Cómo se explica esto?
Lo que Freud descubre es que el superyó «engorda», se hace aún más exigente, cuanto más se renuncia a las pulsiones, y el sujeto aún se sentirá más culpable.
Lacan, en su Seminario, más específicamente en el Libro 7(La Ética del psicoanálisis) dice esta frase que también se ha hecho de alguna manera «famosa», que de lo único que el sujeto (del psicoanálisis) es culpable es de haber renunciado, claudicado frente a su deseo. Y dice Miller que es una buena lectura de ese funcionamiento que venimos trabajando, del superyó. Pasa que habría que reemplazar el «deseo» de la frase lacaniana, por el «Tribverzicht freudiano, que entraña lo pulsional. Y esto ya que al goce no se puede renunciar: o se lo experimenta directamente (comiéndose el dulce de leche) o bien, se renuncia cada vez más al dulce de leche y a todo lo demás.
Freud en su texto «El problema económico del masoquismo» alude al imperativo categórico kantiano, a partir del cual y en nombre de la moral universal, ordena renunciar a las pulsiones. Y el reverso de esto es Sade.
Bien, Freud en «El malestar en la cultura» considera a Eros, al amor, como lo que permitirá la unión entre los hombres y será favorable a la cultura, pero resulta que contra Eros tenemos a Tánatos, que regula la guerra. Y en ese texto Freud descubre que justamente donde pensábamos encontrar a Eros encontramos a Tánatos, su propio funcionameitno en la cultura, entre los hombres.
Es decir, aquello que podría ser promesa de felicidad, ya Freud anticipaba que en su horizonte estaba la destrucción.
No se trata en psicoanálisis de caer en la cuestión catastrófica del horizonte de nuestra época, sino de dar cuenta del malestar en la cultura,, de las consecuencias de ese malestar, en una cultura capaz de autodestruirse. Y esto tiene su explicación en lo que Freud anticipaba: que el goce pulsional ha sido desplazado al lugar de la conciencia moral. El superyó ordena «Goza!»
FUENTE: MILLER, J-A. «Conferencias Porteñas» Tomo 2. Ed. Paidós.