Balance de fin de año y ¿por qué puede ser una época de angustia para muchos?
Los últimos días de Diciembre llegan e indefectiblemente aparecen los balances, los cierres y el preámbulo para el año próximo.
Laboralmente y en el área estudiantil se cierran ciclos y esto potencia la evaluación de los ciclos propios, emocionales, vinculares y relacionados con logros o metas personales.
Por más que uno quiera ignorar estos cierres y dejar a un lado los balances y las proyecciones para el nuevo año, el sentimiento de contemplación de lo vivido durante ese año permanece y nos impulsa a la reflexión.
Algunos más, otros menos, instantáneamente ante las preguntas de otros, observamos nuestro trayecto hasta estos últimos días del año.
¿Qué decisiones tuvimos que tomar? ¿Qué nuevas actividades encaramos, con cuál continuamos y qué cosas dejamos ir?
Desde el punto de vista psicológico, el establecimiento de estas construcciones sociales que implican el ordenamiento en días, meses y años, nos organiza también psíquicamente.
La vida se estructura en años que se suceden y nos permiten desarrollarnos y evolucionar.
De tal modo, los balances ayudan sí se hacen correctamente.
En el mejor de los casos podemos preguntarnos cuál fue nuestro deseo durante el año recorrido y si lo hemos escuchado o si hemos elegido entorno a él.
Nos permite conectarnos, volver a pensar sobre lo que queremos realmente, más allá de las demandas externas y nos da un panorama de qué de aquello pudimos llevar a cabo.
Al mismo tiempo, e inevitablemente, en los balances también vemos aquello que nos preocupa; lo que no pudimos dejar ir aunque no nos hacía bien y decisiones que tomamos por otros. Podemos ver situaciones difíciles, pérdidas y procesos inconclusos.
A veces el panorama no es tan claro, y nos cuesta visualizar estas cuestiones.
Aún así, al menos dedicar un breve momento a esto nos permite observar nuestros logros y conocer un poco más en profundidad cuales son nuestros deseos ignorados o relegados.
Desde la psicología todo cierre representa un duelo o pérdida. Y según la filosofía oriental cada pérdida o período que termina implica el inicio de otro; lo que muere al terminarse da vida a algo nuevo.
De esta manera es interesante elaborar ese recorrido como parte de un proceso; devenir que hay que transitar para lograr cambios subjetivos, que impliquen salir de la mera repetición.
Como toda pérdida no sería extraño que despierte angustia y tristeza. Muchas veces es el momento en que se recuerda a aquellos que estuvieron y que ahora no están o nos vienen a la memoria recuerdos de otros finales, u otros procesos que vivimos de otra manera.
Lo interesante de hacer este recorrido sería poder ubicar:
¿Qué de lo hecho corresponde a un deseo propio?
¿En que estuvimos simplemente respondiendo a demandas o mandatos de otros?
¿Qué proceso o etapa se cierra con este año?
¿Cuál se abre? ¿Qué proyectos o ideas, y en qué nos permitirían desarrollarnos?¿Qué situaciones nos gustaría se repitan y cuáles no?
¿Qué personas que nos acompañaron este año significan un apoyo y una contención y quiénes no nos aportan nada significativo o buscan, de una manera u otra, dañarnos?
Y en cuanto a la proyección del año por venir, preguntarnos:
¿Dónde nos gustaría vernos? Con quiénes y haciendo qué cosas?
¿Qué experiencias que aún no vivimos nos resultarían significativas?
¿Qué cosas no volvería a repetir o cuáles debería dejar?
¿Hasta qué punto tomo responsabilidad sobre lo que mi deseo implica?
¿Qué debería hacer para lograrlo? ¿Qué límites poner y hacia que dirección orientar mis elecciones?
Los balances, más allá de que nos gusten o no, colaboran con el desarrollo personal y con una mayor elaboración de lo que vivimos.
Acompañado de una terapia, en general el proceso se realiza más profundamente, lográndose en lo posible metabolizar los cambios y elementos nuevos para elegir los próximo sobre bases distintas.