Resolución de Conflictos
No neguemos la evidencia: el conflicto es un rasgo inevitable. Tan sólo es necesario abrir un periódico o ver las noticias en televisión para embeberse de ellos. A diario nos vemos obligados a lidiar con conflictos de relación, de información, de intereses, estructurales, o de valores. Ahora bien, debemos desterrar la connotación negativa relacionada con algo destructivo para asumir una visión constructiva del conflicto. Cuando aceptemos que los conflictos son la raíz del cambio personal y social, además de que impulsan el establecimiento de identidades individuales y grupales, entonces podremos beneficiarnos de una resolución de conflictos positiva. Esto aumentará la probabilidad de alcanzar soluciones provechosas en los conflictos futuros.
El ser humano se caracteriza por la versatilidad, y, en este campo, la mantiene manifestando distintos estilos de afrontamiento ante situación problemáticas. Incluso, somos capaces de variar nuestro comportamiento a medida que las circunstancias de un conflicto varían, adaptándonos a la nueva realidad.
Se consideran cuatro estilos principales de afrontamiento:
- Evitación.
Conlleva, inevitablemente, la no negociación. No existe interdependencia entre las partes puesto que una de ellas niega el problema. Baja preocupación por la relación y los resultados.
- Acomodación.
Utilizada cuando el objetivo principal del intercambio es construir o fortalecer una relación. Se considera una variante de la evitación. Alta preocupación por la relación y baja por los resultados.
- Competición.
Percibe el conflicto como una relación de pérdida-ganancia. Es posible que ambas partes mantengan sus opiniones inamovibles dando lugar a un desacuerdo continuo. Baja preocupación por la relación, alta por los resultados.
- Solución del problema.
Las dos partes perciben el conflicto como una parte natural en las relaciones humanas. Buscan una solución que satisfaga todos los bandos, ganancia-ganancia. Alta preocupación por la relación y los resultados.
Modificar el patrón de comportamiento se torna, pues, una ardua tarea, pues requiere un gran trabajo personal de reajustes mentales. No obstante, desde este espacio, proponemos tres estrategias desde los que se debe producir el cambio de manera simultánea.
TOMAR CONCIENCIA
Se refiere a reflexionar sobre nosotros mismos, nuestra conducta de afrontamiento, nuestros sentimientos y reacciones. Confrontar con nuestro “yo” más profundo e íntimo derivará en el hallazgo de nuevos modos de identificar distintas alternativas de respuesta a los problemas.
BUENA DISPOSICIÓN
Esta transformación exige un compromiso personal y mucha buena voluntad para que se desarrolle la renovación a varios niveles que se condensan en las siguientes premisas:
- Experimentar y madurar nuevos modos de acercamiento al conflicto.
- Examinar y, probablemente, modificar parte de nuestro sistema de creencias.
- Ser flexibles a la hora de enfocar nuestro papel dentro de él de un modo completamente diferente.
- Realizar un ejercicio de humildad que se traduce en permanecer abiertos a la crítica constructiva de los otros.
HABILIDADES
Consideramos tres aptitudes que se deben entrenar con insistencia para lograr ser competentes en la resolución de conflictos:
- Conseguir enviar un mensaje en el que se expresen, claramente, sentimientos y necesidades.
- Escuchar eficazmente.
- Optar por el enfoque adecuado según la situación planteada.
En definitiva, siendo el conflicto un fenómeno ubicuo y universal, procedamos a sacarle el máximo rendimiento en virtud de nuestro bienestar, lo que, sin duda, favorecerá el crecimiento de una sociedad más saludable. Por tanto, prescindamos de los mensajes negativos recibidos al respecto, revisemos nuestras propias experiencias y examinemos el ciclo con las generaciones futuras con el objetivo de que nuestras actitudes y creencias sean las adecuadas a la hora de emitir una respuesta ante este tipo de tesituras.