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La Madurez

Publicado por Malena

La madurez No siempre la edad viene acompañada de madurez emocional porque muchos más de los que creemos siguen siendo sólo niños toda su vida.

Muy en el fondo todos somos un poco niños a la espera de la protección de los demás y nos cuesta sobremanera pararnos sobre nuestros propios pies y caminar sin muletas ocasionales.

Hacerse cargo de uno mismo, esa gran aventura que empieza en la adolescencia y termina con la muerte, es una cuestión que cuesta aceptar hasta que nos damos cuenta que siempre estamos solos en los momentos cruciales de nuestras existencias.

La madurez no es solo una etapa cronológica de la vida sino un estado mental, una actitud y la personalidad es como un abanico que se despliega y no necesariamente madura en forma integral.

La falta de aceptación del esquema corporal impide el paso al mundo adulto y todos sabemos los esfuerzos y sacrificios que hace la gente para parecerse a los ídolos del momento cualquiera sea su edad.

La inmadurez emocional está relacionada con lazos afectivos arcaicos difíciles de romper, dependencias, miedos, debilidad del yo que prefiere vivir como una prolongación de otro.

La inmadurez social se refleja por la no aceptación de la propia unicidad, por pretender ser otro y no ser el que se es.

La coherencia interna es un elemento clave para definir a una persona madura, ya que pensar, decir y hacer lo mismo sin contradicciones eventuales y con convicción son condiciones que no pueden estar ausentes en ella.

Esa coincidencia entre el adentro y el afuera le permite protagonizar la vida sin apuntador sin necesidad de definirse nunca, porque una persona madura cambia y sólo se la puede definir en una lápida.

Y es también la que se responsabiliza y se compromete, respetando sus tendencias y teniendo en cuenta su medio y sus semejantes cuando se decide a tomar una decisión para insertarse en la sociedad.

Un caso clínico

Laura era funcionaria ejecutiva de una importante empresa multinacional. Cuando la conocí ella tenía cuarenta años pero su aspecto era de una bella joven de treinta. Su vida era su trabajo.

Había estado casada dos años hasta que se divorció y nunca había tenido hijos porque temía el sufrimiento y la pérdida de su buena figura.

Cuando vino a la consulta estaba atravesando otra separación de una segunda relación, su madre estaba agonizando y estaba a punto de ser despedida de su trabajo. Se dio cuenta que toda su vida estaba por colapsar y ella no estaba preparada para el cambio.

Pretendía como objetivo del tratamiento, reunir las fuerzas necesarias para establecer otra relación de pareja, por medio de una prestigiosa agencia de contactos, como lo hacía habitualmente, porque en esos momentos no se sentía en condiciones de quedarse en su casa sola.

Se sentía paralizada por el miedo. Su madre había sido para ella su soporte emocional y sus compañeros eventuales, quienes llevaba a vivir a su casa, sus perros guardianes.

Finalmente su madre falleció y ella consiguió otro trabajo pero hasta donde yo pude saber, no llegó nunca a lograr mantener a un hombre al lado.