El Amor a Distancia
No basta la constancia en un amor a distancia
Nicolás tenía 29 años, estudiaba ciencias económicas y vivía con sus padres. Se podía decir que era un estudiante crónico porque hacía más de ocho años que había ingresado y sólo había rendido cinco materias.
La facultad para él era cumplir con las expectativas de sus padres de tener un hijo con un título académico ya que sus otros dos hijos no habían querido seguir estudiando.
A él no le interesaba la carrera que estaba cursando que era la que querían que hiciera sus padres, pero tampoco sabía lo que él quería.
No tenía trabajo estable; solamente ayudaba a veces a sus hermanos realizando algunas tareas menores para ganarse unos pesos.
Su vida transcurría monótona y aburrida, no le gustaba salir y se pasaba mucho tiempo con su computadora.
El casamiento de su único amigo y el hecho de estar acercándose cada día más a cumplir la tercera década, lo motivó a hacer una psicoterapia breve porque se sentía deprimido.
Su objetivo era aclarar su mente y tratar de descubrir el propósito de su vida.
Me di cuenta que era inteligente y capaz pero al mismo tiempo muy cómodo. Su madre estaba plenamente a su disposición y le facilitaba todas las necesidades cotidianas. Cocinaba las comidas que le gustaban, mantenía su ropa limpia y estaba pendiente de todas sus demandas.
El padre era un hombre callado e introvertido, de esos que ven pasar la vida a su lado sin intervenir, dejando en su casa que su mujer se ocupara de todo. Ejercía un cargo importante en una empresa, ganaba bien y mantenía holgadamente a su familia sin hacerles faltar nada.
Pero siempre había sido un padre ausente, una figura paterna desdibujada, sin matices ni influencias de ninguna clase, salvo su adicción al trabajo y su anhelo de que sus hijos tuvieran una carrera.
Su última esperanza era su hijo más chico, Nicolás, que había concurrido a mi consultorio para hacer una psicoterapia.
Había tenido algunas relaciones sexuales con mujeres mayores que él que no llegaron a significar otra cosa pero hacía cuatro años había conocido a una chica de Bariloche, por Internet, que estaba divorciada y que tenía una pequeña hija.
Después de un año de comunicación electrónica ella había venido a Buenos Aires para conocerlo y posteriormente, a los pocos meses él fue a Bariloche.
De esa manera habían pasado cuatro años manteniendo una relación durante la cual sólo se vieron solamente ocho veces, comunicándose el resto del tiempo a traves de la computadora.
En mi experiencia clínica no fue este el único caso, tuve varios pacientes que mantenían este tipo de relación a distancia que no progresaba.
En este mundo las cosas vivas nacen, crecen, se desarrollan según su naturaleza y da sus frutos. Una relación amorosa es igual, nace cuando dos personas se conocen, se afianza con el contacto habitual y finalmente da sus frutos.
Si una pareja no crece ni se desarrolla como para dar algún fruto, se termina.
Un fruto no es necesariamente un hijo porque puede ser un vínculo estable de dos personas que se aman y comparten en común sus logros como personas y su realización a través del trabajo.
La distancia es la necesidad de mantenerse separado por temor a establecer vínculos definitivos y por el miedo a envejecer y la computadora es la barrera que impide el contacto directo necesario para permitir el crecimiento saludable de una relación.
A pesar de todo, tomó la decisión más acertada, abandonó sus estudios y se fue a vivir a Bariloche, donde consiguió un buen trabajo y donde vive con esa chica que conoció en Internet que ahora es su esposa y con quien ya tiene dos hijos.