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¿Cómo trabajar la autocrítica?

Publicado por Lic. Maria V.

La autocrítica permite la autoevaluación, el registro de las acciones y conductas propias, que pasan por un especie de filtro, valorándose de una u otra forma.

La autocrítica tiene relación directa con la figura del Superyó, instancia que opera exigiendo y marcando la responsabilidad, la moral y el deber-ser. 

En sí mismo el acto de autoevaluación no sería un problema. No tener autocrítica impide poder registrar conductas o aprendizajes que serían necesarios para poder avanzar.  Sin embargo, si esta autocrítica es excesiva encuentra el efecto contrario: inmovilizar, no arriesgarse a actuar por miedo a fracasar.

La autocrítica, en estos casos, se vuelve un arma represora y castigadora, funciones ambas que se le adjudican al Superyó en su versión más sádica. En estos casos, nada de lo propio vale lo suficiente, y todo intento por lograr algo es inmediatamente anulado.

Desde esta perspectiva, la autocrítica inmoviliza, siendo correlativa de una baja autoestima e impidiendo que el sujeto se desarrolle saludablemente.

Si la autocrítica es muy fuerte se debe trabajar por medio de una terapia. Suele ser esta una característica gestada en la infancia, por lo general, en un entorno de crianza muy autoexigente y demandante, o con padres que arrastran su autocrítica no trabajada a lo largo de su propia historia. 

Este tipo de autocrítica fuerte y sadica castiga constantemente al Yo, debilitándolo. El Yo, puede implementar defensas sobrecompensatorias, pudiendo ser observado desde el afuera como engreído, cuando en realidad en el trasfondo se halla una profunda inseguridad. En otros casos, la debilidad yoica está a la vista, dificultando en gran medida la toma de decisiones y la valoración sobre los propios logros y habilidades.

Una forma de trabajarla es mediante los recursos creativos. Las actividades creativas habilitan espacios de transformación, nos permiten desafiar las reglas, y crear nuevas formas. Para esto es esencial usar las propuestas artísticas como disparadores, intentando que sean consignas abiertas, abstractas y que no dependan del seguimiento de normas estrictas.

Todos los medios que sirven a la expresión brindan la posibilidad de desafiar los límites, las resistencias y el perfeccionismo dictado por las posiciones altamente autocríticas. Si logramos abrirnos paso entre estas barreras para expresar lo que surja espontáneamente, estaremos, de algún modo, trabajando sobre la autocrítica, quitándole algo de su poder.

La autocrítica en sí no es un recurso negativo, es lo que nos permite reconocer cuando nos equivocamos, e impulsarnos a conocer y desarrollar aún más nuestras capacidades. Pero si su presencia es excesiva, puede llegar a ser de un sadismo extremo, inhabilitando totalmente al Yo.

Toda actividad artística, si se aplica desde el punto de vista terapéutico y en un contexto de acompañamiento, tiene el efecto de desarrollar la autoestima, y vencer las resistencias que impiden la expresión y la valoración de lo propio.

Las personas muy racionales, suelen ser autoexigentes y muy autocríticas consigo mismas. Siendo frecuentes las comparaciones con logros ajenos, y la minusvalía de las propias habilidades. Esta posición suele estar acompañada de un marcado pesimismo, caracterizado por preocupaciones y pensamientos negativos.

La fuerte autocrítica no permite una visión de futuro entorno al cambio. Impide el sostenimiento de opciones, posibilidades y nuevas realidades. Por esto mismo es necesario que se trabaje, para que el sujeto pueda salir de esa posición de imposibilidad, y movilizarse a la acción.