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Conexión con el mundo interno.

Publicado por Lic. Maria V.

Es muy frecuente escuchar, y en artículos anteriores lo hemos dicho aquí mismo, que el confinamiento es una oportunidad de volcarse hacia la interioridad. Por razones lógicas, el no salir al mundo exterior, es una vía que potencialmente puede ayudar a profundizar en cuestiones internas.

No significa que eso ocurra indefectiblemente. El confinamiento puede generar gran ansiedad, y durante su trayecto la persona puede buscar tapar o evitar la introspección.

Pero en los casos en que se le de lugar a este período, se facilita el terreno para poder conectarse con aspectos propios.

¿Que significa realmente eso? Es una etapa donde podemos atender más a los sueños, por ejemplo, que son manifestaciones del Inconciente. Podemos meditar, conectarnos con aspectos más sensoriales e intuitivos. Pensar acerca de lo que nos pasa, cómo nos sentimos en el aislamiento, qué nos provoca, o a dónde nos remonta. Replantearnos prioridades, descubrir proyectos que verdaderamente nos gustaría llevar acabo. Reconectarnos o quizás hacerlo por primera vez con los aspectos creativos…

El frenesí del día a día, para muchos (porque no para todos) frena, baja su ritmo. Y ese es el territorio ideal para este tipo de trabajo.

El mundo interno es muchas veces abandonado. Nuestra sociedad occidental tiende mayormente a una salida constante hacia el exterior, buscar cosas fuera de uno mismo.

Afortunadamente hace bastante tiempo ya hay una búsqueda masiva de interioridad, una necesidad de conectar con aspectos profundos. O al menos, con bajarse del tren desenfrenado en el que veníamos viajando. 

La cuarentena es un empujón fuera del tren. Es un golpe, quizás muy drástico, quizás demasiado incierto, pero es, sin duda, la detención forzada de ese viaje intenso y atolondrado. Con la posibilidad de iniciar otro viaje, más lento, y, a veces, doloroso, hacia el interior.

Todo viaje interno se traduce luego en una nueva salida al mundo, transformación mediante. De modo que este tiempo es un impasse para preguntarse acerca de todo lo que nos generaba malestar, incomodidad o duda.

Hay cosas que seguirán siendo inciertas o dudosas, siempre. Pero es la oportunidad de replantearnos vocacionalmente, de indagar sobre aquéllo que verdaderamente disfrutaríamos hacer, de repensar nuestro entorno cercano, nuestros vínculos, los límites que ponemos o no a los que están cerca nuestro. 

Es un período para repensar el valor del tiempo. Cuánto tiempo le dedicamos a cada cosa, cuánto nos gustaría dedicarle realmente, o qué es aquello que necesitaríamos hacer diariamente pero que, por alguna razón u otra, nunca encuentra su lugar.

Este tipo de reflexión es la que abre sus puertas en esta etapa.

Indagar en lo emocional, por ejemplo. Qué me hace sentir mal, qué dispara mi enojo o mi angustia, es una vía para poder trabajar en eso. Comunicar a otros, y potenciar cambios que nos pueden ayudar en el día a día.

Para quienes estén familiarizados con la meditación o estén interesados en desplegar lo creativo, este proceso puede ser un camino más intuitivo o sensorial. Experimentar con técnicas de pintura, con la música, con el movimiento, con la cocina, puede ser un terreno de autoexploración. Volviendo a reparar en los sentidos y trabajando en conectar con el momento presente, sea meditando o haciendo cualquier tipo de actividad creativa.

Reconocer este tiempo como una oportunidad dista mucho de ser utópico. Es, en realidad, más sencillo de lo que se cree, y tal vez muchas personas ya lo estén haciendo aún sin darse cuenta.

Este acontecimiento universal e histórico es, como muchos hitos de la naturaleza y de la humanidad, a la vez terrible y fantástico.