El deber vs. el disfrute.
El par deber-disfrute es una clásica disyuntiva, fundamentalmente en nuestra sociedad actual. Más aún, cuando no se trata ni de pregonar una posicion de responsabilidad extrema, donde prima la exigencia, el esfuerzo, el sacrificio, la productividad, en detrimento de la relajación y el ocio. Ni tampoco pretender una vivencia puramente hedonista, en busca del disfrute y el placer constante, sin intervención de molestia o esfuerzo alguno. Ninguna de estas dos posturas, extremas y poco realistas, es viable.
Sin embargo, es interesante, precisamente en los tiempos que estamos transitando, cuestionarnos un poco más en profundidad cuánto tiempo y energía verdaderamente invertimos en actividades por puro deber y cuánto en algo que disfrutamos.
En los tiempos de confinamiento de muchas personas a lo largo del mundo en la actualidad, la dimensión del trabajo y de la responsabilidad se han visto alteradas. Por más que se continúe con el trabajo a distancia, se alteró la dimensión espacial en torno a lo laboral y tambien la dimensión temporal. La percepción de la duración del tiempo, de las horas, de los días, de las semanas, es distinta a la que correspondía previamente, con las rutinas planeadas o programadas.
Así, en la gran mayoría se plantean preguntas acerca de qué disfrutan verdaderamente hacer, y a qué pasatiempos o actividades consideran que tendrían que otorgarles un espacio más significativo en sus vidas.
Muchas personas están aprendiendo a valorar los momentos en familia de otro modo, o a descubrir los beneficios del yoga, la meditación o las actividades creativas, al hacerlo diariamente. Estas actividades, que previamente se llevaban a cabo, con suerte, en los ratos libres de la semana, han pasado en muchos casos a tomar protagonismo.
Uno de los desafíos de ahora en más es justamente cuestionarnos a qué les estamos dando prioridad. Muchas veces la productividad y las exigencias del sistema capitalista, sumado a la inestabilidad socioeconómica nos empujan indefectiblemente a ponernos en modo automático, a cumplir lo necesario para sostener cierto ritmo o nivel de vida.
En los casos en que los recursos son pocos estas nociones están absolutamente alteradas, la supervivencia es la única prioridad posible e intervienen carencias tan profundas que impiden el desarrollo a partir de allí.
En casos donde el nivel socioeconómico es alto, a veces el ocio es frecuente y muchas veces la imposibilidad de resignar algo del poder conseguido empuja a una mayor autoexigencia y hasta a una obsesión con el éxito y la productividad.
Entre estos dos extremos tratamos de encontrar cierto equilibrio. Quienes tenemos la suerte de tener cubiertas las necesidades básicas, y tenemos una posición en donde se nos permite, en alguna medida, elegir; nos enfrentamos durante esta pandemia, ante la irrupción de lo inmanejable, lo desconocido. Esto nos permite replantearnos objetivos, tiempos, y nuevamente, prioridades.
Ni el deber ni el disfrute en su carácter absoluto son posibles, ni saludables. Y en muchos casos, se confunden. Puede haber disfrute en el deber, y puede que muchos se impongan el disfrute casi como una obligación. Nuestra sociedad, de la que todos somos parte, se encarga en gran medida de esto último.
De modo que, simplemente el reflexionar sobre estas cuestiones, indagar sobre aspectos propios, nos puede ayudar a replantearnos nuestra posición, nuestro recorrido y nuestras elecciones hasta el momento.
¿Qué disfrutamos hacer? ¿Cuán seguido lo hacemos? ¿Cuánto de nuestro tiempo se invierte en el deber? Y, ¿es ese un deber necesario para poder seguir en el camino elegido? ¿Cumplimos responsabilidades en función de elecciones y deseos propios, u obedecemos a la imagen y los mandatos que otros esperan de nosotros?