El miedo como señal.
Solemos considerar al miedo como una emoción negativa, que incluso debería anularse, dejar de existir. Desde gran parte de la Psicología se considera al miedo como barrera, respuesta que impide ir en la dirección del deseo.
En muchos abordajes el miedo, en su carácter específico e intenso, como es la Fobia, es simplemente una respuesta patológica a eliminar.
Sabemos que el miedo es una reacción defensiva, y que puede dispararse ante estímulos muy diversos, cuya peligrosidad es subjetiva. Lo que transforma en amenazante a una situación es la valoración que se tenga de la misma, y eso depende de cada sujeto.
Sin embargo, con frecuencia, no le concedemos al miedo, como a ninguna otra emoción, su carácter de señal, de mensaje. El miedo es, visto desde esta perspectiva, el que avisa que hay un asunto a resolver.
Pero, ¿qué es aquello que el miedo nos señala?
Según Norberto Levy, en su libro: La sabiduría de las emociones, el miedo señala una desproporción entre la magnitud de la amenaza que se nos presenta y los recursos que tenemos para afrontarla. En este sentido, el miedo está señalando un camino, mostrando que hay recursos que quizás no fueron desarrollados, no estuvieron presentes en la crianza, o que, por motivos particulares no están disponibles para hacerle frente a esa situación.
Reconocer ese aspecto cambia absolutamente la perspectiva; podemos empatizar con esa parte nuestra que tiene miedo y en cierto sentido entender el porqué, posicionándonos en un lugar activo de búsqueda y ampliación de recursos.
Estos recursos o respuestas se encuentran, en el mejor de los casos, a través de la terapia, ya que el miedo está asociado con vivencias particulares y con la historia singular de cada uno.
Si ridiculizamos o menospreciamos a quien tiene miedo, o incluso si nos humillamos a nosotros mismos por tenerlo, dificultamos la posibilidad de resolver ese conflicto.
Siguiendo la línea de este autor, no se puede juzgar ni censurar el miedo de otro. Que el otro tema a algo que para uno es «insignificante», nos ubica en un plano parcial ya que lo evaluamos en comparación con la propia experiencia, sin saber lo que el objeto del miedo representa para ese otro.
Esto tiene mucha relación con la invalidación de emociones, que ocurre cuando un sujeto se ubica negando o menospreciando la vivencia emocional de otro: «no hay que tener miedo», «¿como le vas a tener miedo a eso?», «si eso no representa ningún peligro…». Aquí habría que aceptar que evidentemente para esa persona sí significa un peligro, y lo mejor que se puede hacer es acompañarla en la búsqueda de recursos para resolverlo.
Por lo general, el objeto del miedo, cualquiera sea, está asociado con cuestiones mucho más complejas para ese sujeto. Cuestiones que desde afuera desconocemos y por lo tanto, no podemos juzgar.
Recuperar la noción del miedo como señal nos ayuda enormemente a deconstruir gran cantidad de ideas y mandatos entorno a la «valentía» y la «cobardía», que no tienen sustento cuando pensamos en lo intransferible y la particularidad de las experiencias emocionales humanas.
El miedo, mientras sea ridiculizado, negado, y anulado, más fuerza cobrará y más dificultades se presentarán para resolver las situaciones en las que interviene.