La Tierra de hábitos constantes: Ruptura, cambio y transformación.
La Tierra de hábitos constantes (2018) es una película acerca de un hombre que decide dejar la vida que venía llevando hasta el momento: su trabajo, su esposa, su casa, poniendo en crisis la estabilidad que había conseguido.
Las rutinas de la clase media acomodada de una ciudad que está en crecimiento le producen hastío y rechazo. Aún así, esa suerte de liberación lo encuentra inicialmente sintiéndose solo y triste.
Hay cierta necesidad de cambio que parte de la insatisfacción, de la búsqueda de algo más, que luego de la supuesta liberación permanece, se perpetúa.
Al mismo tiempo, nos confronta con la idea de la madurez, el rol paterno, la responsabilidad y, en este caso, la identificación del adulto con el adolescente, donde hay algo de ese desafío propio del adolescer que se reactualiza.
El rol del protagonista, muestra a un padre en crisis que no logra responsabilizarse.
Recurre al vínculo con el adolescente, asumiendo una posición inmadura que lo iguala a él. Y, en esta suerte de complicidad termina siendo depositario de su confianza. Confianza que el adolescente no puede depositar en sus propios padres.
El protagonista, en esta búsqueda, sufre una regresión, acercándose a las drogas y a la experimentación, contraponiéndose o desafiando a la madurez adulta, de la que intenta escapar.
El rol de padres se complica en cuanto al vínculo con sus propios hijos.
Pero paradójicamente, los personajes logran empatizar con los hijos de otros más que con los propios: Comprendiéndolos o dándoles un lugar.
Entre los padres y los hijos se establece una cierta continuidad, donde frente a las acciones cuestionables de estos últimos los padres reaccionan con sus propias angustias y frustraciones: Expulsando al hijo y dejándolo solo, en lugar de poder preguntarse sobre el motivo que lo ha llevado hasta allí.
De esta manera, culpar al otro es la manera de librarse de la responsabilidad que les pertenece.
La película hace foco también en el cambio de etapas, el aferrarse a una etapa anterior: una casa, un trabajo, una relación, una etapa evolutiva y la dificultad para pasar a la siguiente. Habla del crecimiento en todos los sentidos y de la búsqueda personal. Una búsqueda que muchas veces comienza llevándonos hacia atrás.
En este camino, sin embargo, de desafío, de errores y expiación, es que el protagonista logra de algún modo hallarse en un lugar nuevo, más acorde al propio deseo.
La crisis que instala el protagonista pone al descubierto que en esas rutinas se venía sosteniendo un estado de insatisfacción marcado por la infidelidad y la falta de conexión verdadera con el otro.
La ruptura de los “Hábitos Constantes” es sin duda necesaria para pasar a otra etapa. La capacidad de poner en crisis y revisar el statu quo en el que no nos sentimos representados es una acción dotada de gran valentía y a la que no muchos se atreven.
El protagonista, nos muestra mediante sus luces y sombras, que transitar la crisis nos permite encontrar un lugar nuevo, pero sólo mediante el proceso completo que esto implica.
A veces es necesario volver atrás, romper, errar, para encontrar una nueva forma de vincularnos con el otro y con uno mismo.