Necesidad de exploración y cambio.
Hay quienes experimentan esta necesidad con recurrencia y quienes, por el contrario, intentan evitar el cambio por todos los medios posibles.
Los cambios generan cierta adrenalina, nos impactan emocionalmente porque transforman la realidad concebida hasta el momento. En los extremos puede producir gran satisfacción o generar ansiedad desbordante.
La exploración ese manifiesta desde edades muy tempranas. La fase exploratoria por excelencia es la del deambulador, a partir del año y medio o dos de edad. En esta etapa los niños y niñas exploran, buscan recorrer el espacio y conquistar nuevos terrenos. Pero incluso antes de tener la capacidad de trasladarse por el espacio, exploran desde muy pequeños. Conocen el mundo a través de los sentidos y, especialmente en la fase oral, por medio de la boca.
Podemos pensar entonces que la exploración está presente desde nuestros primeros momentos de vida. La salud tiene una directa relación con la capacidad exploratoria y lúdica en la infancia. Lo que ocurre a medida que crecemos es que algo de esa avidez por explorar va mermando y, a la vez, por normas sociales, se va restringiendo y en muchos casos, censurando.
La llegada a la adolescencia y posteriormente a la vida adulta implica en muchos casos que la rutina, el deber y el cumplimiento extinguen por completo la necesidad de exploración y condicionan la posibilidad de cambio. En sujetos plenamente adaptados a su vida social y laboral, con necesidad marcada de estructuras y cierta inflexibilidad, el cambio puede incluso representar una gran amenaza.
Por el contrario, hay ciertos individuos que suelen necesitar explorar y cambiar de ámbito y de vínculos con cierta regularidad. La exploración ha logrado continuar luego de las normas y exigencias que implican crecer. La experiencia puede ser muy rica en estos casos, ya que se puede alternar la estabilidad y el afianzamiento, con períodos y necesidades exploratorias a las cuales se les da lugar.
En algunos casos, sin embargo, esta necesidad de cambio y exploración puede volverse constante y representar una posición defensiva. Explorar nuevos terrenos, cambiar de lugar, de vínculos, de profesión, cuando es excesivo puede implicar un temor a quedar atrapado en ciertos lugares. Esto puede llevar a la búsqueda de cambios constantemente, incluso en momentos en los cuales sostener ciertos espacios pueda ser saludable para la persona.
Hay quienes refieren sentir asfixia o sensación de encierro al encontrarse en un mismo lugar, trabajo, rutina, durante cierto período de tiempo. Eso los puede llevar a cambiar frecuentemente de trabajo y de lugar de residencia, por ejemplo. Muchas personas con estas características suelen viajar por el mundo por muchos años, experimentado dificultad para poder asentarse.
La exploración es una característica que implica salud y que traemos desde fases muy tempranas del desarrollo. El cambio es algo inherente a la vida. Está presente en los ciclos de la naturaleza, y como individuos debemos poder transitarlos. Es importante permitirse la exploración, tanto del mundo como de nosotros mismos, y aceptar que el cambio es necesario para evolucionar. Sin embargo, también es importante poder ubicarnos receptivamente, pudiendo asentarnos o detenernos cuando sea necesario. Ambas posturas son valiosas.
Reconociendo cómo vivimos los cambios y en qué medida y con qué intensidad exploramos y nos adentramos en terrenos desconocidos, es que podremos formarnos una idea de qué posiciones asumimos con mayor frecuencia, concientizándolo y teniendo más herramientas a la hora de tomar decisiones.