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Mentirle a los niños, ¿Qué consecuencias trae?

Publicado por Lic. Maria V.

Es muy frecuente observar en los padres el hábito de la mentira hacia sus hijos. Muchas veces con el pretexto de protegerlos o considerarse datos insignificantes, se suele incorporar casi como parte de la rutina de crianza.

Muchos padres subestiman a los niños, por creer que «no entienden lo suficiente» o que «no se dan cuenta». Sin embargo, es necesario aclarar que las consecuencias de educar mediante mentiras es sumamente negativa para la autoconfianza y seguridad del niño o niña.

En primer lugar, debemos distinguir la mentira, de la comunicación orientada según el entendimiento del niño.

Es necesario ubicarnos en el estadio de desarrollo del niño en cuestión. No mentirle no significa que se le deba hablar de cuestiones adultas, a la manera adulta.

El niño necesita que el adulto se esfuerce por pensar como él. ¿Qué necesita saber, qué puede interpretar, en qué momento evolutivo se encuentra, es esta una información relevante, y para que?

Esto es importante, porque muchos padres que se vanaglorian de ser honestos con sus hijos, terminan brindándoles información que no es correspondida por su edad ni su momento evolutivo. Siendo esto también perjudicial.

De la misma manera, el sostenimiento de una ilusión en la infancia, como el mito de Papá Noel, o el Ratón Pérez, por ejemplo, es funcional y enriquece la vida del niño en ese momento en particular.

Ahora, si el niño se acerca a preguntar explícitamente por algo de esto que le genera duda, lo más correcto sería decirle la verdad, de un modo empático y correspondido a su edad.

Despejadas estas frecuentes confusiones nos abocaremos ahora a la cuestión central.

El niño, a partir de cierta edad comienza a preguntar. El signo de curiosidad infantil es un tema al que Freud le ha dedicado bastante. Es una forma de intentar dominar el mundo que inicia en el estadio sádico-anal, justamente donde se ponen en juego estas habilidades de dominio.

La curiosidad, o Pulsión de saber es de ahí en más aquella que se manifiesta en el estudio y, con el paso del tiempo, incluso en algunos casos puede llegar a manifestarse como tendencia a la investigación y al desarrollo científico, por ejemplo.

Si ante las preguntas infantiles el adulto miente, puede terminar socavando profundamente este intento, llegando a generar que se reprima y presentando futuros problemas en todo lo relacionado al Saber.

«¿Para qué preguntar si nunca voy a saberlo realmente?»

El adulto que miente al niño de manera frecuente colabora con una paulatina desconfianza que este irá desarrollando, a la vez que un sentimiento de inseguridad ya que las personas que deberían funcionar como criterios de apoyo, se muestran contradictorios e inestables.

Así, el niño se va desarrollando desconfiado y manifestando inseguridad respecto a su entorno y  los que lo rodean.

El niño observa patrones que no se corresponden, dichos que luego no se ven reflejados en la realidad, y esto le genera absoluta desesperanza si es un hábito sostenido en el tiempo.

Es fundamental situarse en el momento evolutivo para poder brindar la información adecuada frente a las preguntas del niño, que muchas veces son complejas y profundas.

Del mismo modo, es aconsejable que los dichos se correspondan con actos. Es preferible no hacer promesas si luego no se van a cumplir.

El niño necesita la seguridad de que lo que los padres le dicen tiene una correspondencia con lo que ocurre en la realidad exterior. Es así como aprende a confiar.

Y así aprenderá también que los padres no pueden saberlo todo, y se frustrará en muchas ocasiones, pero sabrá que hicieron lo mejor posible para apoyarlo y contenerlo. Y esta es la base de la autoconfianza en el desarrollo infantil.