Narración y Salud mental.
¿Cómo puede colaborar la capacidad de narrar en el estado de salud mental y emocional de las personas? ¿Para qué se utiliza en el marco de una terapia o taller arteterapéutico? ¿Por qué se la considera una herramienta valiosa para el autoconocimiento?
Son todas preguntas que permitirán desplegar la asociación que existe entre narración y salud, y la habilitarán un poco más como herramienta de elaboración y de cambio.
Narrar nos permite elaborar nuestra historia. Es simbolizar, metabolizar, procesar eso que a veces parece no encontrar palabra. Transformar un sentir, una imagen, en la historia, tal vez, de un personaje. Un personaje que discurre en una trama con otros, que genera lazo, que enfrenta conflictos y luego se ve o no en la disyuntiva de resolverlos.
La narración nos reencuentra con la vida. Con los vínculos, con los lugares que transitamos. Nos pone de frente, pero mediatizadamente, con los mandatos, con las ideas, las propias y las ajenas, permitiéndonos encontrar una voz, una posición subjetiva y deconstruir los roles que asumimos cotidianamente.
Narrar es tejer. Es construir una urdiembre que nos protege, que nos sostiene ante el vacío, ante aquello que a veces es demasiado real. Nos permite ubicar por un momento en otro lado lo que nos pasa, o lo que nos pasó, o algo con lo que nos identificamos en algún momento. Ese poner afuera, esa expresión nos permite observarnos desde otra posición, reflexionar sobre nuestra posición en el mundo.
Narrando entendemos que lo que percibimos es una parte de la realidad, pero que existen muchas otras. A través de los personajes podemos estar en la vereda de enfrente, poniéndonos en ese «otro lugar» y así abriendo nuestra perspectiva respecto a nosotros mismos y a los demás.
Es un recurso terapéutico porque a través de él tienen lugar simbolizaciones, elaboraciones que de otro modo resultan difíciles. El adolescente y el adulto a veces abandonan súbitamente muchos de los recursos lúdicos y simbólicos desplegados en la niñez.
El adulto juega a otros juegos, como diría Eric Berne. Juegos que se establecen en las interacciones sociales, pero con frecuencia no se permiten narrar creativamente.
Esa pérdida de abordaje simbólico acompañada de la carencia de símbolos en nuestra cultura generan serias dificultades para poder metabolizar lo que nos pasa: los cambios de etapa, las transiciones, la aceptación de una pérdida, el riesgo ante lo nuevo, el reconocimiento de nuestras potencialidades, la tolerancia a las frustraciones y el encuentro de motivación para seguir, entre otras. En todas estas instancias la narración acompaña, genera sostén y permite visibilizar lo oculto y lo que puede ofrecernos la información necesaria para poder dar un próximo paso.
Si vivimos un episodio traumático, por ejemplo, narrarlo, tanto oral como por escrito, es una manera de tramitarlo. De simbolizarlo y permitirnos que su impacto sea menos duro, y que sus consecuencias en el inconsciente tengan menor alcance. Si se ubica mayor distancia entre el sujeto y la historia es aún más interesante porque se puede jugar con lo que aconteció. Transformar ese hecho en algo que le acontece a alguien más, y la historia, en esta instancia, cobra otra dimensión con la posibilidad de que se desarrolle de un modo totalmente distinto.
Narrar nos da la posibilidad de elaborar y construir algo más con lo que traemos, lo que vivimos, lo que nos transmitieron, o lo que nos pasó. Es elegir y tomar posición.