No temas ejercer un apego seguro
Cuando nace un bebé. la madre es bombardeada con consejos más o menos útiles y certeros. Pronto llega alguien advirtiéndote de los «peligros» de que cojas en brazos a tu bebé constantemente desde su nacimiento: se acostumbrará y nunca más podrás volver a dejarle sin que llore y será un bebé caprichoso y consentido.
La madre, con frecuencia, ha de luchar contra su instinto protector para no caer en la trampa. Es triste que se dé esta situación, máxime cuando no es justo, ni para la madre, ni para el bebé. Igual que nos ocupamos de satisfacer las necesidades de alimentación, de higiene, de sueño o de protección, nos debemos ocupar de deleitar al pequeño con nuestro amor y cariño. Y tales hazañas no pueden ser llevadas a cabo más que con el contacto físico, las palabras cariñosas, las expresiones, el tacto. Es todo ésto lo que crea los vínculos emocionales que participan del desarrollo infantil en grado superlativo, sobre todo en los primeros años. En eso consite el apego.
El niño busca seguridad instintivamente, busca proximidad con ciertas personas. En circunstancias normales, la madre va a ser la persona más reclamada por ser la que entrega más atención y cuidados. Por consiguiente, se irán adquiriendo, paulatinamente, aprendizajes que tendrán gran trascendencia en la estabilidad emocional del sujeto en el futuro.
Sin embargo, habremos de ser cuidadosos. La línea que separa procurar una seguridad emocional del sobreproteccionismo es muy delgada y no conviene rebasarla. Un apego saludable, situándonos al lado del niño y acompañándole, poniéndole límites y conducirlo al cumplimiento de normas al tiempo que le orientamos a solucionar conflictos y a tolerar la frustración, ayudará a crear buenas autoestimas, individuos seguros y confiados. También suele ayudar a que los niños sean más cooperantes, sociables y obedientes.
Por tanto, es necesario evitar que el apego seguro se convierta en dependencia. Cuando una persona siente que la ausencia de otra conlleva una pérdida, total o parcial, de control y de bienestar, o bien, se acrecenta el temor a que algo malo pueda suceder, entonces es que se ha convertido en una especia de sumisión o subordinación. Deja de ser un vínculo adaptativo para pasar a ser generador de inestabilidad emocional, con las dificultades a todos los niveles que eso conlleva.
Es lógico dilucidar que cada etapa vital precisará de un tipo concreto de apego que tendrá que ser acoplado a las circunstancias. Habrá que cambiar el papel del emisor del apego pasando de la seguridad en la infancia a la orientación, el asesoramiento y a estar disponibles cuando lo requiera el receptor. Hay que fomentar la idea de que cuando, en ocasiones, la vida nos obliga a pasar momentos solos, debemos ser capaces de convivir con nosotros mismos de manera autónoma y autosuficiente. Es necesario que estemos preparados y aprendamos a funcionar cuando no contamos con nuestros apoyos más importantes cerca.
Por ello, es preciso que todos los entornos en los que desarrolla una persona ( familiar, guardería, colegio, instituto, trabajo, amistades, etc) procuren un apego sano, conveniente. Estamos, de nuevo, ante un aspecto del que debemos ocuparnos desde edades tempranas, buscando apoyo profesional que guíe nuestras formas de proceder.