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¿Por qué se le teme a la vulnerabilidad?

Publicado por Lic. Maria V.

La vulnerabilidad se asocia culturalmente con la debilidad, con la pasividad, con la posibilidad de ser dañados.

Los momentos de vulnerabilidad en la vida, que son inevitables, se manifiestan cuando la persona siente no tener control sobre lo que le pasa.

Vivir situaciones difíciles, perder seres queridos, sufrir algún robo o accidente, por ejemplo, nos exponen a la sensación de vulnerabilidad, de estar desprotegidos.

La tristeza y la soledad se asocian a una posición vulnerable, y a muchas personas esto les acarrea gran temor.

La vulnerabilidad está asociada a la falta de protección, implica la sensación de caída de las actitudes defensivas y, por lo tanto, el riesgo a ser dañados.

Por eso, las personas que intentan mantenerse fuertes constantemente evitan quedar en situaciones de vulnerabilidad, por que esto les produce gran angustia.

Así, se evita llorar, enamorarse o contar los problemas a otros.

Asimismo, el afecto y el cariño muchas veces son asociados a ser débil o vulnerable.

Esto es producto, entre otros factores, de la herencia cultural, que asociaba directamente el llanto o las demostraciones de afecto con la debilidad de carácter.

Acerca de las cuestiones de género podemos mencionar cómo estás características les eran prácticamente prohibidas a los hombres.

La vulnerabilidad era asociada a la mujer, quien podía permitirse llorar y sensibilizarse, y quien se encargaba del afecto. El hombre debía mantenerse firme, inmutable desde el punto de vista emocional. Aún hoy acarreamos los efectos de estos discursos.

Como sabemos actualmente, la emoción y el afecto no tienen género. Somos seres complejos que sufrimos y nos alegramos, que podemos ser menos o más afectivos independientemente del género que asumamos.

Sentirse vulnerable es parte de la experiencia vital. Y aceptarlo, lejos de hacernos más débiles, nos fortalece. Es aceptar la complejidad de nuestra existencia.

La vulnerabilidad genera temor porque remite a ese estado inicial, de vulnerabilidad extrema, donde la dependencia de un otro cuidador era absoluta. El desvalimiento del ser humano al nacer es tal que necesita de un otro para sobrevivir.

Cuando se siente un relativo estado de desprotección, inconcientemente nos remontamos a nuestros orígenes, sintiendo que estamos a merced del otro, perdiendo la condición que creíamos poseer de agentes de nuestra vida.

Por eso, muchas personas se protegen arduamente de quedar en posiciones vulnerables. Para esto, construyen grandes mecanismos defensivos, con el fin de evitarlas. Por supuesto que nunca lográndolo enteramente.

La vulnerabilidad se transforma en un riesgo, y cualquier tipo de sufrimiento puede pasar a ocupar este lugar.

El mecanismo de la evitación es un ejemplo defensivo claro que se orienta precisamente a evadirse de situaciones de potencial vulnerabilidad.

La experiencia de la vulnerabilidad es subjetiva. Lo que puede implicar riesgo para uno, puede no serlo para otro.

Desde no involucrarse afectivamente, hasta no salir de la propia casa pueden ser indicios de esto, más allá de los diagnósticos de base.

Actualmente se pretende reivindicar a la vulnerabilidad como parte esencial de la existencia, incentivando la expresión y la comunicación afectiva.

Permitirnos ser vulnerables y bajar las defensas es un modo más saludable y auténtico de vincularnos. Nos permite asumir ciertos riesgos y enfrentar la incertidumbre.

Darle lugar a esto en nosotros mismos posibilita una mayor empatía y aceptación hacia los demás.