¿Qué implica ser complaciente?
Uno de los significados de la palabra Complacencia es el de «tolerancia excesiva». Una persona puede ser complaciente en momentos puntuales por muchos motivos: satisfacción, placer, empatía, compasión. Pero cuando sucede constantemente suele constituir un rasgo y un indicio de evasión del conflicto.
La confrontación y el conflicto implican el riesgo del abandono, y esto a veces genera mucho temor. Con el fin de evitar estos conflictos la persona complaciente tolera a veces excesivamente, apoya lo que dice la otra persona sin poder dar su opinión y sostiene situaciones dañinas sólo por temer ser disruptiva.
En muchas ocasiones la persona complaciente acata o apoya ideas que no comparte, experimenta situaciones conflictivas sin poder interceder y suele aparecer ante los ojos externos como alguien que siempre está de acuerdo con todo, que no genera oposición.
Cada vez que damos nuestra opinión nos enfrentamos a la posibilidad del rechazo, de que esa opinión no sea compartida y que incluso sea criticada o discutida. Aceptar esta diversidad de opiniones no implica entrar en guerra con la otra persona, pero sí sostener lo propio y aceptar que no todos van a pensar igual que uno. La persona complaciente evita el conflicto porque busca aparecer con una imagen ante otros que nunca sea negativa. Para eso necesita mostrarse siempre igual y no revelar demasiado acerca de lo que piensa o siente, porque esto la haría destacarse y generar algún tipo de desencuentro.
Ser complaciente de manera recurrente implica asentir ante situaciones que no se comparten, y esto genera una confusión respecto a la identidad. Deseos, opiniones, perspectivas, se diluyen en un intento constante por agradar. En el trasfondo de la complacencia está entonces, no sólo el temor al conflicto y a la pérdida, sino también el cumplimiento exhaustivo de una imagen social.
Mucho de los mandatos, la educación, los modales y el deber-ser se filtra en la actitud de una persona complaciente. Hay una norma a veces muy estricta que indica cómo deberíamos comportarnos. La educación y la crianza de hace algunos años atrás hacía especial énfasis en la complacencia sobre todo de las mujeres. No disentir, no generar conflicto, acompañar y cuidar son, en este sistema, los mandatos esenciales.
Desde muchas posturas religiosas dogmáticas también la complacencia se instala como mandato. Ser servicial, alegre, bien dispuesto, colaborador, comprensivo es lo esperable. El conflicto está asociado al pecado, a lo que no debería suceder. Esto está en el origen de muchas represiones y censuras que a veces complejizan el proceso identitario de la persona, que en su desarrollo debe permitir el conflicto para poder elaborar cuestiones profundas. La independencia significa conflicto, por ejemplo. Implica en sí mismo la ruptura de un statu quo en función de algo nuevo.
Ningún pasaje puede darse sin conflicto, y esta es la dificultad central de la complacencia cuando está instalada de manera crónica.
Estas reflexiones tienen por objetivo comprender actitudes o conductas que vemos a nuestro alrededor o que experimentamos nosotros mismos, como modo de relativizarlas y cuestionarlas. No es posible evitar el conflicto, es parte de la vida, y el desarrollo implica la superación de conflictos. Ser complaciente es estar al servicio de una expectativa externa y no en conexión con los propios procesos.
Poder cuestionar esto brinda una herramienta de concientización y de cambio. La posibilidad de habilitar lo juzgado socialmente ayuda en la aceptación de todos los estados que atravesamos, y permite que vivamos en mayor concordancia con nuestros deseos y necesidades.