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La creación del espacio propio.

Publicado por Lic. Maria V.

Simbólicamente el espacio donde vivimos representa en algún punto nuestra propia identidad.

Frecuentemente, al estar insertos en una familia resulta difícil construir un espacio propio, que exprese de alguna manera nuestros gustos e intereses.

Es muy típico hacerlo durante el proceso adolescente: llenar de afiches las paredes y transformar nuestro espacio al tiempo que nosotros cambiamos.

Este concepto, del espacio propio, es muchas veces relegado o subestimado. Pero desde el punto de vista psicológico es un acto sumamente importante.

La creación del espacio exterior en la filosofía oriental representa la construcción de un espacio propio interno.

Los límites en los espacios externos, las diferencias entre las pertenencias de uno y de otro y la garantía de cierta privacidad, se reproducen en delimitaciones psíquicas. Mayor conocimiento de los propios mecanismos, defensas y mayor sentimiento identitario.

Permite reconocer con mayor claridad cuáles son nuestras ideas y pensamientos y cuales pertenecen a los demás.

Esto forma parte del proceso de individuación. La distinción de qué es lo que nos pertenece y lo que no, nos ayuda a conformar nuestra propia personalidad.

Poder realizar este proceso correctamente en la adolescencia permite iniciarlo idealmente en una etapa que se presta para este propósito, porque si se transita adecuadamente, se rivaliza con la autoridad parental y se ponen en cuestionamiento muchos aspectos de la crianza y elecciones parentales que antes se incorporaban como únicas y absolutas.

A partir de allí, en el mejor de los casos, uno logra diferenciar qué cuestiones de lo aprendido y heredado se quieren conservar y qué cosas cambiar o enfrentar de forma diferente.

Las limitaciones del espacio en el que vivamos no deberían evitar la creación de lo propio.

Encontrar un rincón, una pequeña habitación, incluso un escritorio y otorgarle una propia impronta. Elegir qué colores, qué objetos poner y aprovechar ese espacio para hacer actividades de disfrute.

Mediante esta selección vamos reconociendo aquello que nos identifica. Y el hecho de expresarlo en un espacio, nos impulsa a reafirmarlo.

El espacio propio no existe de por sí. Sólo se logra mediante un proceso creativo sostenido subjetivamente.

Tiene que ser concebido simbólicamente. Sin importar demasiado si el lugar donde vivimos es alquilado, o si pertenece a alguien más, incluso si estamos llevando una vida nómade, viajando y moviéndonos de un lado al otro y no nos sentimos arraigados en ningún lugar, o si tenemos nuestro hogar lejos.

Incluso en estos casos, un pequeño símbolo o impronta personal nos permitirá sentir que nos apropiamos de ese espa

cio que estamos habitando, aunque sea temporariamente.

Esa apropiación nos proporciona una base donde anclar.

Así como el adolescente necesita arraigar en su historia y su genealogía para proyectarse al futuro, de la misma manera necesitamos de un arraigue, de un lugar de referencia, identificatorio y creativo, que nos permita desplegarnos y proyectarnos a partir de allí.

Un lugar creado por uno mismo, por más pequeño que sea, nos permite desplegar creativamente mucho más que habitando espacios que sentimos son todos pensados y creados por otros, o heredados de manera automática.

La psicología debe reconocer en estos actos cotidianos, las herramientas valiosas que implican gran ayuda para los tan complejos procesos psíquicos. La independencia y la construcción de la subjetividad, no son tareas sencillas, y estos pequeños grandes símbolos, los impulsan y refuerzan.