“Sé Feliz”, el imperativo que impide el desarrollo personal.
En la actualidad es muy frecuente escuchar o leer la frase: “Sé feliz”.
Pero mucho más que ser simplemente un mensaje, la cultura de estos últimos tiempos representa en gran medida este imperativo de la felicidad en distintas áreas.
El masivo uso de las redes sociales y los cambios en los modos de vincularse con otros han repercutido en la concepción acerca de la vida y de lo deseable para cada sujeto.
La construcción del ideal de felicidad es llevado al extremo e incluso vendido como un producto.
El ideal que actualmente se intenta mostrar es el de un sujeto que es permanentemente feliz: que viaja, disfruta con amigos, tiene una buena imagen y está siempre sonriente.
Esta exigencia social, aunque por momentos solapada, está presente y nos alcanza de manera constante.
Este imperativo exige una posición muy contradictoria y por sobre todo, imposible de sostener y de lograr en su totalidad.
La exigencia de ser feliz es una paradoja, porque su concepto mismo implica una cuota de naturalidad, y al forzarse, deja de cumplir con lo básico del concepto como tal.
Luego de generaciones que han promulgado el esfuerzo y el sacrificio como el ideal, actualmente se ha instalado uno que se contrapone a esto casi por completo.
La meta actual impulsada es la de ser exitoso pero sin sufrir, y estando siempre bien.
Cuestión que, por supuesto, genera frustración al no poder lograrse.
El capitalismo ha explotado esta tendencia llevándola a la conformación de un prototipo global donde prácticamente ningún área queda por fuera: la alimentación, el ocio, el trabajo, la familia, las amistades, las experiencias. Todo tiene que ser sano, lindo, alegre, cool o positivo.
El imperativo de “Sé Feliz”, dificulta en gran medida los procesos psicológicos por los que tenemos que pasar a lo largo de la vida.
Ya que éstos implican siempre en mayor o menor medida una cuota de sufrimiento, angustia, enojo, frustración, cansancio, etc. que tienen que ser aceptados y transitados para poder dar paso a otras etapas.
La negación de aquello que la sociedad considera negativo, sólo entorpece la posibilidad del desarrollo y crecimiento personal.
Hay momentos en que necesariamente tendremos que tolerar estar tristes o enojados y es fundamental permitir estas emociones para poder transitarlas y pasar a un próximo ciclo.
Muchas religiones y prácticas espirituales promulgan un estado ideal al que podemos llamar de “Pura Luz”.
Esto significaría, que todos los aspectos negativos deben ser depurados o expulsados del Ser.
En muchas prácticas, por medio de la confesión, de algunos tipos de meditación o de ciertos rituales, se busca el objetivo de sanear lo considerado pecaminoso o negativo desde el punto de vista moral o desde la exigencia social.
Así, el ser humano quedaría en un estado utópico de “pura luz” o “pura bondad”, donde no haya ninguna “mancha” o al decir de Jung, “Sombra” que lo entorpezca.
Lamentablemente, estas prácticas que en teoría intentan proporcionar sostén y ayuda, sólo dificultan el proceso de aceptación, mediante el cual el sujeto puede conocer las propias emociones y conductas, aún las que fueran censuradas o mal vistas socialmente.
Muchas veces es difícil metabolizar los aspectos considerados negativos, poco atractivos o que impliquen sufrimiento o cansancio.
Para la expectativa social siempre deberíamos tener ganas, estar motivados y de buen humor.
Y frecuentemente, los demás suelen evitar o rechazar a aquel que no está pasando un buen momento; y esto simplemente porque sus angustias remueven las propias y esto contradice el gran esfuerzo por negarlas.
Así, se dificultan también los procesos de duelo, que siempre implican angustia.
La muerte, al ser difícil de metabolizar psicológicamente, muchas veces es negada o cubierta mediante la extrema celebración de la vida. Dejando a la muerte en un lugar oscuro y lúgubre.
En realidad, la muerte como concepto es una parte esencial de la vida, incluso indisociable.
El ser-para- la-muerte, de Heidegger, implica la apropiación de la finitud por parte del ser humano.
Y la idea que de aquí se desprende, es que no podemos vivir plenamente sin aceptar la muerte como intrínseca a nuestra naturaleza.
De la misma manera, sólo transitando los momentos difíciles y aceptando características propias que no nos agraden es que nuestra existencia cobra sentido y que podemos desarrollarnos subjetivamente.