Amor y cultura
Freud había señalado ya (los remito a post anteriores) que el amor sexual es el prototipo de la felicidad, por lo que se tiende siempre a buscar satisfacciones placenteras que remitan a aquella primera.
También agregó luego que seguir ese camino conduce a una dependencia tal del objeto amado, que lleva al hombre a un padecimiento exacerbado cuando ese objeto ya no está.
No es por nada que todos los sabios han aconsejado evitar el camino del amor…
Aún así, seguimos insistiendo…
Claro que por el camino del amor, una pequeña minoría accede a la felicidad, pero para llegar a ello ha debido someter la pulsión erótica a ciertas modificaciones: independizadas del objeto, desplazan el acto de amor en la misma cantidad, a todos los seres humanos -así, por supuesto, se evita el sufrimiento contra la pérdida del objeto.
De esta manera, la pulsión sexual queda cortada en su finalidad. Freud nos ofrece aqui como ejemplo a San Francisco de Asís y a su amor a la Humanidad.
Ante esto, Freud expone un reparo, que incluye dos objeciones:
1) El amor pierde su valor cuando se trata de un amor que no discrimina que ama a todos por igual;
2) Que hay seres humanos que no merecen ser amados.
Ese impulso amoroso, origen de la familia sigue sin embargo teniendo influencias en la cultura, y ya sea en su forma de amor primitivo como de amor a la humanidad en general, su función es la de anudar a los seres.
Sabemos que el amor es un término que está lleno de ambigüedades, porque cuando hablamos de amor lo podemos vincular a la pareja hombre-mujer, pero también a la pareja padres-hijos (el amor en tanto «cariño», que es el amor con su fin sexual inhibido). Aún así, el amor siempre tiene un origen sexual, está inscripto así en el inconsciente -nos aclara Freud.
Es así que estas dos tendencias amorosas: la sexual y la tierna ván más allá de la familia para constituir lazos tales como el de la «amistad». A diferencia del amor, estos lazos amistosos carecen del sentimiento de «exclusividad» del objeto.
Aún así, dice Freud, hay una relación que nada tiene de unívoca entre cultura y amor, ya que el amor muchas veces se enfrenta con la cultura. Y esta, al mismo tiempo, amenaza a la amor con sus restricciones.
Esa separación entre amor y cultura es entonces imposible de evitar, y aunque Freud aún no se arriesga a establecer los motivos, empieza a hacer un recorrido interesante respecto del tema:
Primero, dice, esa separación empieza con la separación entre el individuo y la sociedad. La familia no está dispuesta a renunciar al individuo, por lo que muchas veces esos vínculos familiares estrechos entre miembros de una familia, lleva a su aislamiento de la sociedad.
Luego, las mujeres. Ellas se oponen a lo cultural, pero fueron ellas mismas las que originaron uno de los fundamentos de la cultura: exigiendo amor. Si ellas representaban la vida familiar y sexual, los hombres estaban más consumidos en cuestiones sociales que los alejaban de su función de padre y marido. Es por ello, ensaya Freud, ellas se vuelven hostiles hacia la cultura.
FREUD,S. «El malestar en la cultura»