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La religión

Publicado por Betina Ganim

Me voy a extender en algunos posts, en la actualidad de uno de los últimos y fundamentales textos freudianos, referencia indiscutible para quienes, como practicantes del psicoanálisis, pensamos la época y la cultura.

Un ensayo escrito por Freud en 1929 y publicado en 1930, en el que la cuestión moral toma el centro de la escena.

Este escrito se lo puede tomar en serie con «Tótem y Tabú» y «El porvenir de una ilusión», de 1917 y 1927 respectivamente.

James Strachey (quien se ocupó de la traducción al inglés de los textos freudianos en 24 volúmenes que constituyen la Standard Edition) considera que ya desde muy temprano Freud se preocupaba por la relación entre la cultura con la neurosis y su el psiquismo.

Bien, sin más preámbulos, Sigmund Freud comienza su ensayo comentando la carta que le envía Roman Roilland, en respuesta al trabajo que Freud le enviara en el que sostenía que la religión es una ilusión.

Roman Roilland le responde que si bien coincide con él su jucio acerca de la religión, lamentaba que Freud no le haya dado relevancia a lo que para él era la fuente última de la religiosidad: un «sentimiento oceánico», sin fronteras, sin barreras…esa experiencia subjetiva compartida por muchos seres humanos, sentimiento por el cual uno puede considerarse religioso…

Romain_Rolland_1915

Freud confiesa que esa carta lo puso en aprietos, en el sentido de que el no entraba en ese grupo de «muchos» que tienen esta experiencia de la que habla Roilland.

Y poniéndose a trabajar en este «aprieto», dice que como esa experiencia se trata de un «sentimiento», entonces será imposible abordarla desde lo científico. Es así que propone abordar las representaciones ideativas asociadas con ese afecto, con ese sentimiento.

Y como la idea de que el ser humano puede relacionarse con el mundo desde un sentimiento directo, tal como el que Roilland describe, intentará explicarlo desde la perspectiva del psicoanálisis, teniendo en cuenta la génesis del tal «sentimiento oceánico».

Recurre entonces, fiel a su segunda tópica, a la cuestión del yo. Ese yo que parece tan armado, seguro, fuerte, dice Freud, no es más que un disfraz de una entidad psíquica diferente: el ello. En tanto, a las relaciones del yo con el exterior, pareciera que el yo mantiene sus límites.

Aunque en esta tesitura, los límites se pierden…El ejemplo que da Freud es el del enamoramiento: el enamorado está dispuesto fervientemente a que «yo» y «Tu» son uno. Se pierden los límites.

Lo mismo nos demuestran ciertas patologías: que los límites del yo y el mundo externo no están tan claros. Fenómenos que verifican su extrañeza respecto del yo.

Por lo que, concluye Freud, esa fachada del yo frente al mundo no es tan fuerte y tan precisa…

Sigue con su reflexión, hipotetizando que el yo del adulto no debe haber sido siempre igual; es decir, que debe haber habido una especie de «evolución». Y como es algo imposible de demostrar científicamente, habrá que construirlo, nos propone Freud.

En el siguiente post seguiremos con este interesante ensayo freudiano, siguiéndolo a él también en sus razonamientos y elucubraciones a partir de la respuesta de Roman Roilland.

FUENTE: FREUD,S. «El malestar en la cultura»