La verdad de Dora
He venido hablando en estos últimos posts sobre la histeria, sobre el deseo histérico, porque me interesa aproximarme a la cuestión de la histeria de la época. Pero para llegar ahí primero es casi obligatorio hacer un recorrido por las formalizaciones de la histeria en psicoanálisis. Es así que hasta ahora habíamos llegado al discurso histérico y su novedad: el a, el objeto pequeño a que está ocupando el lugar del a verdad del discurso.
El único valor del deseo histérico que es reconocido por el psicoanálisis es la verdad del fracaso del saber del Amo (S1) acerca del sexo (los remito al post anterior)
En el Seminario 17, Lacan vuelve a señalar que al fin y al cabo Freud con su invento, hizo por su paciente Dora, algo que tiene un valor incalculable: se trata de cierto éxito en el tratamiento, que por ahí quedaba como algo más bien residual del caso. Lacan aquí lo vuelve a considerar, porque ya lo había rescatado en su texto «Intervención sobe ella transferencia».
¿Cómo valorar el resultado analítico en el caso Dora? Un psicoanalista neoyorquino parece que la encontró a esta paciente de Freud, y por supuesto aparecieron toda una serie de datos biográficos hasta entonces desconocidos. Este analista americano decía que no había visto en su vida una histérica tan repelente y llena de síntomas como Dora. Obvio que era esa su opinión desde su mirada más terapéutica…
Es por eso que inquieta bastante el hecho de que Lacan en su Seminario 17 (El reverso del psicoanálisis) habiendo ya efectuado el dispositivo del pase, vuelva a decir que puede haber algo en Dora relacionado con una «realización del deseo histérico» en su análisis. Lacan en este punto insiste en que Dora consiguió en ese análisis que el saber tuviera que ponerse en el lugar de la verdad.
¿De qué saber se trata? Del saber del Amo, respecto del cual Dora hace valer la verdad de su propia castración.
Lo que le interesa aquí a Lacan es la verdad; pero no la verdad lógica, sino esa verdad que se desencadena un tiempo, sacudiendo a muchos… Es decir, ese saber hipócrita con el que cuentan los amos (el padre, el Sr K, Freud mismo) y todo el mundo social queda enceguecido por la luz de la verdad sobre su castración. Y es eso mismo lo que Lacan considera que Dora logró en su análisis, algo que para ella es precioso.
Con esa misma apreciación Lacan pretende mostrarnos que se trata de lo mismo que Freud vino a taponar con su mito edípico y su «prejuicio». Es como decir que el beneficio máximo que se pudo obtener del encuentro del deseo histérico con el deseo del analista es ese, y que eso es ya algo más más allá del Edipo.
Ahora bien, ¿qué pasa con el goce? Podemos responder que eso nunca fue una cuestión a tener en cuenta, que Dora había podido arreglárselas con eso sin problemas…porque nunca tuvo miedos de que un goce la lleve por repetición a la muerte ni sufría de obsesiones…Hasta aquí llegaremos hoy.
Pero, ¿qué sucede cuando profundizamos en el concepto de goce? Lacan introdujo el término «jouissance» para referirse a un tipo de goce que va más allá del placer, un goce que está más allá del principio del placer, que es doloroso y a la vez irresistible. En el caso de Dora, podríamos preguntarnos si su histeria no era, en cierto sentido, una forma de jouissance, una forma de gozar a través del sufrimiento y la repetición de sus síntomas.
Además, Lacan también habló de la «castración simbólica», un concepto que se refiere a la renuncia a la jouissance en nombre de la entrada en el orden simbólico, en el lenguaje y la cultura. En este sentido, Dora, al enfrentarse a la verdad de su propia castración, también estaba enfrentándose a la castración simbólica, a la renuncia a un goce absoluto e ilimitado.
Por otro lado, es importante recordar que para Lacan, el deseo del analista no es un deseo cualquiera, sino un deseo de obtener la diferencia absoluta, es decir, un deseo de obtener lo que el analizante tiene de más singular, de más propio. En este sentido, el análisis de Dora no sólo reveló la verdad de su castración, sino también la verdad de su deseo, de su singularidad.
Por último, cabe destacar que el caso de Dora no es sólo un caso clínico, sino también un caso que nos permite reflexionar sobre la histeria en general, sobre el deseo histérico y sobre la relación entre el deseo y la verdad. En este sentido, el caso de Dora sigue siendo un referente fundamental para el psicoanálisis y para la comprensión de la histeria.
FUENTE: INDART, JUAN CARLOS Y OTROS, «Histeria: triángulo, discurso, nudo» Ed. Vigencia